PASADAS
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PARAISO PERDIDO 24 enero - 08 marzo, 2008
  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 240 x 240 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 200 x 240 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 180 x 160 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2004

    Acrílico sobre tela, 180 x 150 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2008

    Acrílico sobre tela, 200 x 400 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2008

    Acrílico sobre tela, 140 x 350 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2008

    Acrílico sobre tela, 180 x 240 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 200 x 400 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2006

    Acrílico sobre tela, 180 x 160 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Instalación, 310 x 150 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 200 cm. de diámetro.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 180 x 160 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 180 x 160 cm.

  • Sin título

    Sin título, 2007

    Acrílico sobre tela, 350 x 200 cm.

HOJA DE SALA

Paraíso perdido, título extraído del poema épico de Milton, alude al recorrido que en esta exposición podemos hacer sobre las diferentes y posibles interpretaciones en torno al mito del Angel Caído. Como hijo del S.XVII, John Milton asistió en sus postrimerías al incipiente alborear del racionalismo, su obra cumbre es un canto a la libertad individual y a la conciencia autónoma de tintes existencialistas, lo que algo más de un siglo después llevaría a poetas como Blake o Percy B.Shelley a reivindicar su figura en tanto que precursor de la poética romántica, frente al imperio de la razón, de lo establecido. En la épica moral de Milton puede interpretarse que el protagonista es el caído, aquélla criatura creada por Dios, por El Padre, su predilecta, y, sin embargo, la más rebelde, la que osó a enfrentarse a su autoridad y la que antepuso sus ansías de libertad e individualidad a la obediencia y agradecimiento debidos, lo que causó su expulsión del Paraíso.
El artista romántico se enfrenta y se rebela a lo clásico, a lo anterior, a la Academia, a sus mayores, en una explosión de individualidad, de autoafirmación frente a sus ascendientes, pero también frente a sus iguales, sus compañeros, en un deseo de ser él mismo, único, diferente a todos. Esta actitud le llevará, pese a la diversidad de códigos visuales en que, por el mismo motivo, se expresaron los románticos, a proyectar su cosmovisión filosófica, religiosa y política, haciendo suya la causa de la libertad, lo que le llevará no sólo al arte por el arte, sino a intentar encarnarse en la conciencia individual, sobre todo, pero también colectiva; portavoz y paladín, a un tiempo, de los anhelos de sus coetáneos, y en dar una respuesta filosófica a sus problemas. Premisas de total actualidad.
Teniendo en cuenta que el artista es, por naturaleza rebelde e incomprendido, a veces soberbio, envidiado por sus colegas, aunque admirado por todos, sintiéndose a menudo en soledad y aislamiento; siendo, además, lo habitual que las criaturas más rebeldes e inconformistas ante lo establecido son aquéllas en permanente enfrentamiento con sus progenitores, es evidente el paralelismo del artista con la figura del Angel Caído
Es en este contexto en el que puede hacerse una lectura más compleja y completa de la exposición, y en clave romántica, ya que tanto en lo visual como en su concepto encaja en las premisas del romanticismo.
Frente al lienzo del cisne, Angel Caído, protagonista en torno al que gira el resto de la exposición, vemos un paisaje de amplios celajes, invernal y frío pero sereno; a la derecha otros dos con sendos árboles en igual clave. Si para Turner el Sol era Dios, no hay duda de que si en el Paraíso no existía el invierno estamos fuera de él. La ausencia de color, sólo unos leves toques en el pico del cisne, y el tono pardo rojizo de los ciervos, como para favorecer a los expulsados, para ensalzar la figura del perdedor, en inequívoco gesto romántico, pone énfasis en esa idea. Sin embargo reina la armonía, la serenidad, no hay tormenta, y sí una cierta claridad. El romántico recela del exceso de razón -para Goya, El sueño de la razón produce monstruos”- propio de la Ilustración, a cuya “luz” se alumbraron los fusilamientos de madrileños por franceses y los “desastres de la guerra”, sobre uno de los cuales Santiago Ydáñez (Puente de Génave, Jaén, 1967) hace un “paseo” pictórico, en un ejercicio impresionante de revisión y homenaje, a un tiempo.

La plástica romántica se caracteriza por estar literaturizada, ya que en ese periodo se reconoce la literatura como la expresión más elevada de las artes románticas.
Y es también en ese momento cuando el artista proclama su actividad como vocación y no como una profesión-negocio –debate diferente del que manutuvieron Leonardo y Alberti, cuando reivindicaban su condición de intelectuales, en base a la cual la pintura y la escultura serían artes y no oficios- tomando conciencia plena de que ha de mostrarse tal como es, siempre en la búsqueda de lo auténtico, de su propia individualidad y personalidad, lejos de hipocresías y vanalidades, por otra parte, sin ningún pudor ni temor a las reacciones. En parte, con una buena dosis de ironía y en parte con una exacerbado gusto por la provocación, convierte al autorretrato en uno de sus géneros más cultivados, siempre despojados de cualquier formalismo. Esta actitud exhibicionista e histriónica la encontramos en los numerosos autorretratos de Santiago Ydáñez, en los que a veces, el gesto exagerado, la incontinencia, nos lleva a imaginar un estado fronterizo entre la cordura y la locura; ademanes exagerados que asimismo se acercan a lo romántico y su sensibilidad próxima a la demencia y a las criaturas extrañas, recordemos a Hoffman o a Mary Shelley, de cuya imaginación y pluma vió la luz una de las obras maestras de la literatura romántica, Frankenstein; En esta ocasión, la criatura también se rebela contra su creador que, horrorizado y decepcionado, reniega de ella.
Parece imprescindible, detenerse en la importancia que el paisaje tuvo para la plástica romántica, siendo considerado la forma clave de expresión en sus artes visuales.
En esta exposición el paisaje ocupa un puesto relevante. Si consideramos la instalación escultórica como paisaje, la preponderancia es total. En su caída, los ciervos son la reiteración de la caída del ángel, en este caso más contundente e impactante, más evidente.
El paisaje de Santiago Ydáñez, pese a estar más vinculado a lo septentrional –recordemos a los alemanes, a los ingleses o a los nórdicos-, no está en onda con lo pintoresco y lo sublime, tan del gusto alemán, sino más bien en el equilibrio sereno de un Constable, que prefería lo cotidiano, eso sí, con un cierto halo de misterio, frente a lo grandioso y sobrecogedor. Si en algo puede recordarnos a Friedrich es en el juego de los primeros planos con la infinitud del horizonte, de la proximidad y la distancia. El protagonismo de los cielos, nos remite a lo que Constable llamó “skying”, en referencia a los celajes inmensos y dominantes.
Si para los románticos, la naturaleza era la fuente primigenia a la que había que regresar, Santiago Ydáñez es un romántico, amante de la naturaleza, de la naturaleza de su entorno, de sus paisajes y de su fauna. Sale al campo a captar imágenes, sustituyendo la práctica del boceto por la fotografía que, en su caso sirve tanto o más, ya que para reflejar lo cambiante, nada más instantáneo que una foto. Para más abundamiento, la espontaneidad, la rapidez de ejecución que tanto valoraron los románticos es una de las claves de su estilo, consiguiendo la frescura y espontaneidad con que un niño, si tuviera el bagaje vital, intelectual y técnico de un adulto y de un artista, expresaría su visión del mundo. No en vano, la infancia es otro de los temas recurrentes del artista.
IH







 

© 2011 Isabel Hurley