Constelación 11, 2007
Alambre galvanizado, textil, acrílico, 47 x 44 x 27 cm.
Constelación 12, 2007
Alambre galvanizado, acrílico, textil, 32 x 80 x 29 cm.
Constelación 17, 2007
Alambre galvanizado, acrílico, textil, 17 x 46 x 25 cm.
Constelación 29, 2007
Alambre galvanizado, acrílico, textil, 34 x 34 x 45 cm.
Constelación 30, 2007
Alambre galvanizado, acrílico, textil, 32 x 80 x 41 cm.
Constelación 35, 2007
Alambre galvanizado, acrílico, textil, 45 x 76 x 44 cm.
Constelación 36, 2007
Alambre galvanizado, acrílico, textil, 36 x 38 x 28 cm.
Constelación 37, 2007
Alambre galvanizado, cobre, soldadura, 20x42x50cm
Constelación 39, 2007
Alambre galvanizado,acrílico, textil, 49 x 52 x 34 cm.
Constelación 40, 2007
Alambre galvanizado, soldadura, 25x46x35cm
El Vuelo de las Sombras, 2007
Técnica mixta. Alambre galvanizado, textil, 100 x 50 x 85 cm.
Generador de Sueños, 2006
Técnica mixta, alambre galvanizado, textil, 170 x 120 x 90 cm.
Generador de Sueños, 2006
Técnica mixta, alambre galvanizado, textil., 170x120x90cm
La complejidad de lo sencillo, 2008
Técnica mixta. Alambre galvanizado, textil, 103 x 20 x 35 cm.
La complejidad de lo sencillo, 2008
Técnica mixta. Alambre galvanizado, textil, 103 x 20 x 35 cm.
Isabela Palau realiza en esta exposición un montaje a base de esculturas que tienen el nexo de su vínculo con la naturaleza a todos los niveles, desde el cósmico al análisis de las partículas elementales de la materia que lo conforma todo, orgánico e inorgánico. La referencia al reino vegetal es tan fuerte como la referencia a los sistemas galácticos, “la pradera cósmica”. Macrocosmos y microcosmos de la mano, en un todo interdependiente y en dinámica sinergia, en el que no hay jerarquía, sólo vida. Las piezas de mayor tamaño, a base de retículas, evocan tanto el más diminuto grano de un objeto natural de nuestra realidad inmediata –inasequible al ojo humano- como el cuanto mínimo de acción de Planck o discontinuidad, imprescindible para la comprensión de toda estructura y proceso del Universo: una hoja, un relámpago, un sistema montañoso, la línea de costa, etc., y también del vacío. Un todo igual, a diferentes escalas, como los fractales y su “homotecia”, por la que las partes son iguales al todo, y cuyas estructuras, pese a encerrar un área finita tienen una longitud infinita. Una parte unida a la siguiente y así de modo sucesivo, formando ese todo en el que, a cierta escala, se confirmaría la ausencia de fronteras.
El trabajo de Isabela Palau rinde homenaje y manifiesta su fascinación por los fractales del matemático Benoit Mandelbrot –Los objetos fractales: forma, azar y dimensión, 1975- y la mecánica cuántica, la gravedad cuántica de bucles que, más allá de la teoría de las cuerdas y de la geometría clásica ha permitido la comprensión del fenómeno de los agujeros negros y del movimiento de atracción de las masas. Estamos ante la representación del orden fractal, que se sitúa entre el caos incontrolado y el excesivo orden de Euclides.
Estas fluctuaciones cuánticas de la materia, del campo del punto cero, llamadas “espuma” del espacio-tiempo por el físico Wheeler, fueron la semilla de nuestro universo, ”caldo de cultivo” del Big Bang, en continuo movimiento de avance y retroceso.
Nada más entrar en la sala, nos encontramos con unas isletas de polvo de mármol –“polvo de estrellas”-, que nos están recordando esa “espuma” cuántica de la que todo procede, en la que la escultora ha situado unas piezas de la serie de las Constelaciones, “agrupadas por familias”. Su filiación visual con Miró y con Calder se justifica en la búsqueda de formas sugerentes de lo primigenio, anterior a toda contaminación por las civilizaciones, meta mironiana; mientras que para Calder – al que Duchamp bautizó como “maestro de la gravedad” y otros como “poeta del movimiento”- lo fue dar vida a la materia muerta-. Origen y vida son claves en el discurso de Isabela Palau. Por otra parte, la belleza de todo lo creado, que expresada en clave fractal parece alcanzar una armonía sólo explicable en términos matemáticos. Según Paul Dirac “el Universo debía estar descrito en un lenguaje matemático, necesariamente bello y elegante”. Pese a su ateísmo, consideró a Dios un matemático del máximo nivel. Sobre la mecánica cuántica escribió: “su formalismo es tan natural y bello como para hacernos estar seguros de su corrección”.
Esta serie, que constará de doce familias, en relación con los doce meses del año, las estaciones y los ciclos de la agricultura –versión astral de calendarios como el de San Isidoro de León- al igual que el resto de piezas se ha construido con alambre galvanizado, a veces recubierto parcial o totalmente de textil de diferentes tipos –algodón, seda o sintéticos- y colores, que luego pinta con acrílico, siendo determinante para el tono final el color de origen. Mirando a la derecha, tras el patio acristalado continúan las Constelaciones en una instalación en cascada que cae desde la pared.
Frente a ella, otra instalación a base de espirales-bucles que hacen de fondo a una proyección de árboles con ramas agitadas por el viento. Recordemos la obra de Len Lye de 1963, llamada El bucle, poseedora de un mecanismo que le transmitia movimientos espasmódicos y sonido. La espiral es en sí una metáfora visual de movimiento, incorporando la noción de progresión dialéctica entre los artistas de izquierdas de la vanguardia histórica. Imita a la naturaleza y permite la identificación del pensamiento materialista con lo orgánico. En el mundo antiguo, algunas espirales como las contenidas en los zigurats miraban a las estrellas.
El movimiento real o sugerido de las esculturas de Isabela Palau redunda en la idea de belleza infinita matemática que irradia el Universo. El movimiento de los astros para Kepler se regía por unas leyes; en su “Harmonica Mundi” afirmó que todo astro emite un sonido más agudo cuanto más rápido y viceversa. Así, el conjunto del Universo compondría una sinfonía sólo perceptible con el intelecto.
La representación de astros y el interés por el cosmos en general se remonta al arte rupestre y megalítico, con un sentido entre mágico y “litúrgico”, igual al que tuvo entre los pueblos precolombinos. Durante la Antigüedad, ya hemos visto que Euclides se interesó por el estudio del Universo, como Pitágoras, Aristóteles y Ptolomeo, con las 48 figuras celestiales que sistematizó en su obra “Almagesto”, reproducida en manuscritos romanos no científicos y transmitido por los árabes a través del persa Al-Sufí, entre otros. En la Edad Media los cuatro lapidarios de Alfonso X El Sabio inauguran una nueva era en las relaciones entre la astrología y el arte, lo que supone un avance en la búsqueda de la identidad del hombre moderno. Durante el Renacimiento y Barroco no decae el interés y la figuración de los cuerpos celestes se suele asociar a lo religioso o esotérico. Más próximos son los ejemplos de Klee, Xul Solar y de Calder, Miró o el joven August Puig. Asimismo, el venezolano Jesús Soto, que como Calder se inscribe en el movimiento cinético, con el que tiene bastante que ver el trabajo de Isabela Palau; muy en concreto en el caso del primero por centrarse también en el estudio de la estructura del cosmos.
Por la exteriorización de la lógica estructural de la escultura y su forma desmaterializada, las piezas de Isabela guardan semejanza con Gabo, Pevsner y Max Bill, que integran en su obra modelos y conceptos matemáticos, con el resultado de construcciones de apariencia puramente intelectual.
Lo fractal, por último, sirve como imagen de las fracturas entre las diversas civilizaciones surgidas tras la proclamación del fin de la historia -tesis que desarrolla Francis Fukuyama-, origen de la Postmodernidad como crisis de la experiencia del concepto espacio-tiempo. Esto suponía el fin de las ideologías, cuya evolución se resume en la búsqueda del estado del bienestar como proceso de homologación. A raiz de los trágicos acontecimientos al comienzo del tercer milenio, estos planteamientos se derrumban. La líneas de fracturas entre las diversas civilizaciones serán las líneas de frente del futuro. La salvación está en la utopía.
Una vez traspasado el umbral del reconocimiento epidérmico, la obra de Isabela Palau nos invita a una reflexión profunda sobre todo ello: el origen del universo y su constante evolución y renovación, como la historia de la humanidad, y también su “intrahistoria”. Para ella, el balance es positivo y su trabajo transmite vitalidad, optimismo y energía positiva, lo que avalan sus títulos “Siembro a todos los vientos” (¿esperanza? ¿ilusión? …)- esculturas suspendidas del patio-; “Flor de batallas” I y II, muy elocuente, como “Renacimiento” o “Generador de sueños” y “El vuelo de las sombras”; estructuras reticulares que encontramos de frente, nada más entrar en la sala.
I.H.
© 2011 Isabel Hurley