Al otro lado. De la penumbra que nos permite ver
Katarzyna Pacholik

22nd november 2019 – 18th january 2020

La absolutización de la naturaleza, por el tipo de universalismo que planteó la Ilustración, se constata como una absolutización objetualizante. En otras palabras, se verifica no como sujeto, sino como objeto. Si el idealismo no hubiese sido interrumpido o reconducido por el curso de la Ilustración, quizá, la idea de la naturaleza como absoluta no se hubiese dado así. Uno de los contrafuertes de la Ilustración es la definición del yo como absoluto dentro de la naturaleza. Una vez que es absolutizada la figura humana, se da en la naturaleza el mismo hecho. No antes. El yo y la naturaleza eran absolutos copertenecientes, pero ahora, hay una brecha. Unas sillas carbonizadas nos recuerdan este hecho. Las consecuencias del intento colonizador evidencian la incapacidad del mismo. Un objeto destruido que enfrenta un paisaje. Se ha convertido en paisaje, la naturaleza, pues ha sido dotada de propiedades sociales. Le han sido asignados atributos antropoides capaces de extender hacia el imaginario humano lo ideal de la relación establecida con ella. Una relación imposible, basada en el dominio y la domesticación. En último término, la naturaleza se hace oír; cualquier producción material humana en posición de abandono es absorbida por la parte natural. La silla representa el fracaso del ser humano en su intento autoritario. Delimita el lugar en que, aún, podemos permanecer. Desde donde todavía podemos mirar hacia la naturaleza y tener una experiencia de la misma no sesgada por estos intereses. Recordemos que ciertas teorías limitantes dan lugar a lo comentado. Pues el control del conocimiento posibilita la dominación intelectual de los individuos. A este respecto puede contribuir precisar que la Ilustración ha dado lugar a ciertas deformaciones que determinan que algunas teorías científicas postulen como inválidos ciertos tipos de conocimientos y, en consecuencia, relaciones del ser humano con el medio que le sustenta. Resulta pertinente ahondar en las causas que han ocasionado estas distorsiones. Para ello, recurrimos nuevamente a Horkheimer y Adorno, que concibieron la marca de dominio como el origen de la conformación de la Ilustración. Habría que precisar que lo que se está aludiendo no es la razón como órgano o facultad, sino como instrumento de dominio del medio, y esta, históricamente, se conoce como razón instrumental. Horkheimer y Adorno retoman el esquema hegeliano dialéctico según el cual el desenvolvimiento de la razón —la manifestación del espíritu en la historia— tenía lugar asimilando la alteridad. El progreso histórico es así entendido en una dinámica de tesis y antítesis que se superan mediante una síntesis, nunca final. La antítesis queda asimilada en dicha síntesis mayor que recorta sus particularidades en beneficio de una totalidad superior. Es en este sentido como puede comprenderse la sentencia de Hegel que afirmaba que todo lo real es racional y todo lo racional real. Tras esta clarificación, es posible concebir a la razón instrumental como un derivado dialéctico que los teóricos de la dialéctica negativa, Horkheimer y Adorno, criticarán. Se trata, desde esta perspectiva, de señalar las limitaciones de una razón que subsume lo otro —la Naturaleza, en este caso, como mundo circundante, como espacio mágico, como experiencia íntima— o que desecha lo irracional —mediante su racionalización—. (…)

Los viajeros románticos eligen otro viaje. Es un viaje hacia la Naturaleza que se abre como horizonte infinito a la mirada de los nuevos viajeros. Parten de una nueva Naturphilosophie que los filósofos de Tübingen y Jena piensan en la transición del siglo. Es el contexto en el que Novalis, Kleist y el mismo Hölderlin, piensan. Frente a la armonía y equilibrio clásicos que Winckelmann defendiera en sus Gedanken, aparece ahora un mundo de sombras que recorren por igual el mundo natural como el de los sentimientos, ese mundo interior que las artes interpretan, música y poesía, literatura y pintura. Y lo que al principio parecía ser una fuga del orden clásico, se impone como el momento en el que nace una nueva modernidad. Cuando Caspar David Friedrich en 1818 pinta Der Wanderer über dem Nebelmeer, ‘El paseante sobre el mar de nubes’, ya expresa esa nueva Sehnsucht que orienta no sólo el sentimiento sino la mirada de un arte que construye su visión que repiensa el lugar del hombre en el mundo. Atenta siempre a esa época y orientando su trabajo en diálogo con momentos principales de la tradición romántica, M. Ángeles Díaz Barbado, se cita ahora con una de las obras más sublimes de ese tiempo, como es el Winterreise de Franz Schubert, ciclo de Lieder sobre poemas de Wilhelm Müller. Sin duda se encuentra ante un momento decisivo. Schubert los escribe en los meses anteriores a su muerte, ocurrida en Wien en 1828 con sólo treinta y un años. La emoción, perplejidad de quienes escucharon por primera vez estos Lieder anunciaba la perfección absoluta de quien en su breve vida había sido el autor de composiciones memorables. Ahora, ante las puertas de su final su música desafiaba el tiempo citando al silencio a formar parte de esa música. El recuerdo del Adagio del Streichquintett, su tiempo lento premoniza ya esta música final. Se trata de un silencio que se identifica con el silencio de la Naturaleza, interpretándolo. Es así como partiendo del cuarto Lied, Erstarrung, ‘Congelamiento’, se componen estas silenciosas Variaciones sobre un tema único, los helechos del bosque. Aquí todo coincide, el bosque como metáfora privilegiada del mundo natural, el silencio que recorre el espacio de la noche y la sombra, el aparecer misterioso de los helechos plateados que tapizan la tierra, ellos los guardianes silenciosos de la Erde, de la tierra, como escribiera Kleist. Y todo compuesto desde otro silencio, el de la escritura. M. Ángeles Díaz Barbado vuelve a darnos una lección de su poética radical. Sobre el papel negro el dibujo suspendido en blancos y platas que acentúan el tono del invierno. Ella, tan próxima siempre a Thomas Bernhard, comparte con él el sentimiento de su Frost, ‘Helada’, aquel tiempo que abraza el mundo en su silencio y espera. Una forma de amor a la Tierra protegida ahora por los helechos guardianes.

Quiero besar el suelo, traspasando el hielo y la nieve
con mis ardientes lágrimas,
hasta que vea la tierra.
WILHELM MÜLLER. Congelamiento
FRANZ SCHUBERT. Winterreise

Cerca del final de su corta vida, Franz Schubert compuso Winterreise, un ciclo integrado por veinticuatro canciones para voz y piano inspiradas en poemas de Wilhelm Müller. La obra se crea en un contexto en el que el frío, el hielo, están dotados de un poder misterioso y fascinante que en este caso se identifica con un sentimiento de pérdida, con un estado del alma. A lo largo de los Lieder está contenida la pregunta por el lugar del hombre en la naturaleza: ¿es parte de ella, o está condenado a ser un eterno forastero, un eterno caminante que no encuentra su lugar en la tierra? Hasta que vea la tierra evoca un sentimiento ambiguo generado por un deseo de identificación con la naturaleza a la vez que por una búsqueda que se presiente infinita. El helecho prefiere la sombra, la humedad, el frío, la cercanía a la tierra. Con sus hojas protege el interior, la oscuridad, el fondo. Sugiere un caminar lento que permite la observación detenida, minuciosa. En su estructura conviven la repetición y la irregularidad; lo vivo y lo inanimado se unen en un movimiento envolvente, lento, frío, penetrante.

M. Ángeles Díaz Barbado

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Activity carried out with the help of the Ministry of Culture and Sports