
La segunda exposición de Mª Angeles Díaz Barbado en la galería resulta del intento de reconstrucción de un paisaje desconocido, nunca visitado. Una selección de pinturas y dibujos sobre diferentes soportes y fotografías tratan de acercarnos al lugar donde se suceden los episodios decisivos en la vida de Roithamer y sus más allegados, que, junto al paisaje, componen la novela de igual título de Thomas Bernhard sobre el proyecto de construcción de una arquitectura ideal e insólita, un cono habitable, en el centro exacto de un bosque centroeuropeo. El claustrofóbico entramado de construcción-corrección-destrucción se desarrolla con un ritmo formal repetitivo y obsesivo, al tiempo que pone de manifiesto las carencias afectivas y emocionales del hombre contemporáneo.
Pese a las continuas alusiones a una localización concreta, el contexto es extrapolable a la sociedad occidental, cada vez más decadente e infeliz. Soledad, incomprensión, inseguridad, insatisfacción, desorientación; sentimientos con los que convivimos la mayor parte de nuestra existencia, también constantes en la trayectoria del artista, individuo que más que en ningún otro caso se identifica con su obra.
El proyecto de Roithamer, continuamente revisado, fruto de un largo periodo de observación y estudio, en pos de un conocimiento profundo de todos los elementos necesarios para lograr una obra perfecta, fracasa en la consecución de su objetivo. Proyecto imperfecto, incompleto, en definitiva, como las aspiraciones de su autor, conducentes a la creación de un espacio utópico destinado a la salvación, alejado de todo aquello que daña y destruye; un espacio concebido para la felicidad y que, sin embargo, porta el germen de la aniquilación. Igual que pasa con la vida, tampoco existe la obra perfecta, concluida. No es posible determinar el final de un proceso y su propósito último; sólo existe la certeza del proceso en una sucesión de etapas.
La exhaustividad con que el personaje aborda de forma reiterada un plan extenuante se corresponde con la actitud tenaz, sin desmayo, de la artista, poseedora también de una idea, capaz de diseñar una estrategia creativa alentada por la lectura de un texto estimulante, con el que se identifica y, asimismo, de unos valores y convicciones afines a sumergirse en el silencio protector. Siguiendo su línea habitual, trabaja en unas series documentando las diversas fases del cono y puntos de vista del camino que, serpenteante a través del tupido bosque, solo accesible a los iniciados, conduce hasta él. Orden, pulcritud, sobriedad y acierto en la dosis equilibrada de lo emocional y lo racional, son el secreto de una fórmula magistral cuya poética se asienta en la economía de medios y el gesto expresionista en la línea y en la mancha, junto a la serialidad y noción de proceso, vinculados a ciertas prácticas del ready made tangencialmente relacionadas con el minimal y el povera, en un entorno neoconceptual.
El binomio repetición-diferencia imprime a la exposición una cadencia que, a su vez, refuerza la dialéctica de un discurso que trasciende la narración lineal y la motivación teleológica. En este sentido, tanto Corrección de Thomas Bernhard como el ciclo musical Diferencia/Repetición del también austriaco Bernhard Lang, mantienen una filiación evidente con algunos postulados de Gilles Deleuze. Por su parte, la obra que nos ocupa tiende a establecer nuevas categorías temporales de percepción en lo visual y en lo intelectual.
El montaje de las obras pretende trasmitir la noción archivo, en cuanto que proceso, estructura y sistema de creación, reforzando la intención de la artista. En un sentido expandido y metafórico, el archivo, según formula Victor del Río, posee una dimensión estética. Derridá lo pone en relación con el psicoanálisis, práctica de archivo de la memoria, del recuerdo de acontecimientos, en busca de la catarsis sanadora en el encuentro con la verdad. El archivo documenta y registra, dando lugar a series de cualquier tipo, posibilitando la clasificación, el establecimiento de orden y de secuencias con orientaciones dispares y, por último, aunque no menos importante, alumbrando acontecimientos.
La omnipresencia del paisaje es el reflejo de su protagonismo en la obra de Bernhard y nos sitúa en otro orden de reflexiones. No se trata de una naturaleza reproducida, ni se parte de una realidad natural, sino de la construcción a partir de un texto del que busca su equivalente. Uno más de los personajes protagonistas, el paisaje de configuración y climatología hostil en el que se asienta una arquitectura pintoresca e inacabada remite al concepto romántico del género. El rendimiento épico de las formas y motivos y la trascendencia de la realidad en favor de un efecto sublime, según lo expresa Yarza, convierten a Friedrich en su renovador, lo que ya advirtió el escultor David d’Anghers, quien lo proclamó creador de un nuevo subgénero: “la tragedia del paisaje, capaz de remover todas las facultades del alma”. Sus obras no son, por lo tanto, imágenes de la Naturaleza, sino de un sentimiento metafísico inaprensible.
El paisaje que reconstruye Mª Angeles Díaz Barbado es, a su vez, la reconstrucción de una identidad humana, un paisaje interior, psicológico. Los diversos estratos de información que contiene han sido organizados desde la experiencia del conocimiento, la mirada, la observación, añadiéndoles sentido la interacción recíproca. Como sucede con Friedrich no es nítida la frontera entre lo real y lo imaginario; de la tensión entre ambas categorías resulta una cierta ambigüedad. Confusa es asimismo la apreciación que los personajes de Bernhard tienen de sus propias vivencias y recuerdos, surgiendo constantemente dudas sobre su veracidad.
En el continuo salto del ámbito de la textualidad al de la hipertextualidad se encuentra una de las claves mas interesantes para abordar la lectura de Corrección, ya que bajo la apariencia de la sencillez extrema subyace una compleja red de significantes.
Los viajeros románticos eligen otro viaje. Es un viaje hacia la Naturaleza que se abre como horizonte infinito a la mirada de los nuevos viajeros. Parten de una nueva Naturphilosophie que los filósofos de Tübingen y Jena piensan en la transición del siglo. Es el contexto en el que Novalis, Kleist y el mismo Hölderlin, piensan. Frente a la armonía y equilibrio clásicos que Winckelmann defendiera en sus Gedanken, aparece ahora un mundo de sombras que recorren por igual el mundo natural como el de los sentimientos, ese mundo interior que las artes interpretan, música y poesía, literatura y pintura. Y lo que al principio parecía ser una fuga del orden clásico, se impone como el momento en el que nace una nueva modernidad. Cuando Caspar David Friedrich en 1818 pinta Der Wanderer über dem Nebelmeer, ‘El paseante sobre el mar de nubes’, ya expresa esa nueva Sehnsucht que orienta no sólo el sentimiento sino la mirada de un arte que construye su visión que repiensa el lugar del hombre en el mundo. Atenta siempre a esa época y orientando su trabajo en diálogo con momentos principales de la tradición romántica, M. Ángeles Díaz Barbado, se cita ahora con una de las obras más sublimes de ese tiempo, como es el Winterreise de Franz Schubert, ciclo de Lieder sobre poemas de Wilhelm Müller. Sin duda se encuentra ante un momento decisivo. Schubert los escribe en los meses anteriores a su muerte, ocurrida en Wien en 1828 con sólo treinta y un años. La emoción, perplejidad de quienes escucharon por primera vez estos Lieder anunciaba la perfección absoluta de quien en su breve vida había sido el autor de composiciones memorables. Ahora, ante las puertas de su final su música desafiaba el tiempo citando al silencio a formar parte de esa música. El recuerdo del Adagio del Streichquintett, su tiempo lento premoniza ya esta música final. Se trata de un silencio que se identifica con el silencio de la Naturaleza, interpretándolo. Es así como partiendo del cuarto Lied, Erstarrung, ‘Congelamiento’, se componen estas silenciosas Variaciones sobre un tema único, los helechos del bosque. Aquí todo coincide, el bosque como metáfora privilegiada del mundo natural, el silencio que recorre el espacio de la noche y la sombra, el aparecer misterioso de los helechos plateados que tapizan la tierra, ellos los guardianes silenciosos de la Erde, de la tierra, como escribiera Kleist. Y todo compuesto desde otro silencio, el de la escritura. M. Ángeles Díaz Barbado vuelve a darnos una lección de su poética radical. Sobre el papel negro el dibujo suspendido en blancos y platas que acentúan el tono del invierno. Ella, tan próxima siempre a Thomas Bernhard, comparte con él el sentimiento de su Frost, ‘Helada’, aquel tiempo que abraza el mundo en su silencio y espera. Una forma de amor a la Tierra protegida ahora por los helechos guardianes.
Quiero besar el suelo,
traspasando el hielo y la nieve
con mis ardientes lágrimas,
hasta que vea la tierra.
WILHELM MÜLLER. Congelamiento
FRANZ SCHUBERT. Winterreise
Cerca del final de su corta vida, Franz Schubert compuso Winterreise, un ciclo integrado por veinticuatro canciones para voz y piano inspiradas en poemas de Wilhelm Müller. La obra se crea en un contexto en el que el frío, el hielo, están dotados de un poder misterioso y fascinante que en este caso se identifica con un sentimiento de pérdida, con un estado del alma. A lo largo de los Lieder está contenida la pregunta por el lugar del hombre en la naturaleza: ¿es parte de ella, o está condenado a ser un eterno forastero, un eterno caminante que no encuentra su lugar en la tierra? Hasta que vea la tierra evoca un sentimiento ambiguo generado por un deseo de identificación con la naturaleza a la vez que por una búsqueda que se presiente infinita. El helecho prefiere la sombra, la humedad, el frío, la cercanía a la tierra. Con sus hojas protege el interior, la oscuridad, el fondo. Sugiere un caminar lento que permite la observación detenida, minuciosa. En su estructura conviven la repetición y la irregularidad; lo vivo y lo inanimado se unen en un movimiento envolvente, lento, frío, penetrante.
M. Ángeles Díaz Barbado
Works

















