Fría piedra en suave carne
Chema Rodríguez, Fernando García Méndez, María Fernández, Marta Castro

16 de noviembre de 2023 – 16 de diciembre de 2023

El mito fundacional de la escultura en Occidente es la leyenda de Pigmalión, el legendario Rey de Chipre que se enamoró de la escultura ebúrnea de una mujer hecha por él mismo, a la que Venus insufló vida. Esta narra el proceso por el que las propiedades aparentemente mágicas del cuerpo tridimensional esculpido, su representación exacta de la forma humana, son suficientes para elevarlo al estatus de entidad con aliento, con vida, o como diría Javier Maderuelo sobre la obra de Miguel Ángel Bunorrati, convertir “fría piedra en suave carne”.

La tradición que sitúa al escultor como “hacedor” de vida, demiurgo capaz de modelar la figura humana y dotarla de alma es tan antigua como el propio individuo. Esta mitología del acto creador va a pesar cual losa a lo largo de la historia de la escultura occidental, siendo el principal motivo del trabajo de los escultores la representación del cuerpo humano.

Aunque la senda de la escultura contemporánea se ha desligado decididamente de la mera figuración, optando por la “presentación” en detrimento de la “representación”, la necesidad de describir nuestra corporeidad, nuestra arquitectura material (hecha de hueso, carne y fluidos) atiende, como diría Tom Flynn, a la proyección de nuestro cuerpo como campo de batalla de cuestiones relacionadas con la religión, el sexo y las clases sociales. Fría piedra en suave carne reúne el trabajo de cuatro jóvenes escultores andaluces: Chema Rodríguez (Córdoba, 1988), Fernando G. Méndez (Coín, Málaga, 1988), Marta Castro (Sevilla, 1994) y María Fernández (Coín, Málaga, 1997), cuyas piezas suponen una construcción metafórica sobre la corporeidad y en la que el frío material relata cuestiones cercanas a los afectos y desafectos humanos, narrando episodios propios de las relaciones inter e intrapersonales. De esta manera, las obras plantean reflexiones sobre el amor, la protección, el diálogo y el crecimiento, así como el abuso o la frustración. Lo hacen a través de la desfragmentación del cuerpo, su ausencia o su virtualidad, una fisicidad o representación humana que no existe o existe parcialmente. La piel, funda de lo corpóreo y leitmotiv de esta exposición, es al mismo tiempo la separación y el ligamen con la realidad y, por esta razón, expresa bien la relación y separación entre el sujeto y el mundo en términos fenomenológicos. Como bien expresaría Edmund Husserl “entre la conciencia y la realidad se abre verdaderamente un abismo de sentido”. En ese espacio liminal se encuentra ST (Epifanía), 2023, de Chema Rodríguez, quien trabaja insistentemente desde la poética del material. Los jirones de piel elaborados con celulosa, resina, papel de arroz y alambre que el artista dispone sobre una suerte de secadero nos hablan de un cuerpo que se ha desprendido de su protección natural. Estos despojos nos remiten a la ecdisis, proceso gracias al cual algunos reptiles e insectos mudan su piel para poder crecer. Rodríguez, quien viene explorando desde hace tiempo el concepto griego de “Ousía” (la esencia o entidad del ser) nos propone una reflexión sobre la mutación de esa esencia, que, poco a poco, se va desprendiendo de los tejidos más pesados para poder ascender y alcanzar un estado más liviano, etéreo. En este sentido, el cuerpo no solo es un elemento constructor sino también construido, por lo que es capaz de dejar huella a través de sus acciones y de su propia metamorfosis. Las huellas, los restos de piel, señalan el paso de un estado a otro, siendo este la antesala del acontecimiento. En torno a la construcción del cuerpo, que también es la construcción del sujeto, gira Piedra que quiere ser montaña, 2023, de Fernando G. Méndez. Con este conjunto de piezas, el artista malagueño explora las relaciones micro y macroscópicas del individuo (representado siempre como objeto escultórico), de manera que pequeños e imperfectos cubos de mármol procedentes de diferentes vetas evocan la construcción de un ser híbrido, o quizá la estructura cuántica de la materia. En cualquier caso, un fragmento se alía con otro y otro más para convertirse en un ente mayor. Sus estructuras eminentemente imperfectas y bastardas no dejan de ser bellas en esa aspiración por agrandarse. Méndez insiste en el factor constructivo y colaborativo en Soplo, 2023, una especie de arterias que funcionan como instrumento musical. Estos conductos cerámicos requieren del aliento ajeno para cobrar vida y sonar. No resulta aleatorio que adopten forma de “F”, haciendo un guiño al nombre de su autor (él es completado por el otro). También los eslabones que constituyen Figura, 2023, son entidades individuales que enlazadas dibujan un todo, en este caso una mano, símbolo de la creación y del hacer humano. Queda limitada esta, sin embargo, por una cadena que recorta su perfil, acotando su capacidad de invención y producción. He aquí la frustración. Los límites, las fronteras y las distancias son también columnas vertebrales de esta exposición. Marta Castro ha dedicado gran parte de su obra a la exploración del hogar y la definición de este como refugio, pero también como prisión. No resulta extraño, por tanto, que la aportación de la artista se traduzca en elementos arquitectónicos, concretamente frisos que reproducen una especie de espalda. Función barrera, 2023, es el título de una de sus obras y una de las tareas más importantes de la piel, encargada de protegernos de agentes externos y de controlar la temperatura corporal. Castro establece un interesante paralelismo entre el carácter protector de la piel y el de la casa, esa doble protección bajo la que nos mantenemos constantemente. Si bien sus piezas nos hablan de cierta idea de amparo, abrigo o auxilio, también suponen un importante obstáculo que impide procesos de ósmosis y mezcla (un amor celoso, quizá). Se incorporan a la muestra una de las trasposiciones sintéticas del Proyecto 9m², 2023, la dermis de un muro que ha soportado las vivencias familiares y que, ante nosotros, cuelga agotada. También la ropa es una segunda piel, un objeto que guarda testimonios materiales e inmateriales de lo que hemos vivido, de los rituales y escenarios culturales en los que nos reconocemos. Así lo entiende María Fernández, quien maneja el potencial poético de la ropa y su capacidad para hablar de nuestros vínculos inter e intrapersonales. La artista utiliza prendas usadas y las cose, generando combinaciones extrañas como podrían ser dos chaquetas unidas por sus costados. No se trata de una experimentación textil vacía, sino de una suerte de muestra sociológica a través de la vestimenta: estas composiciones reproducen distintos tipos de vínculos (amistades, enemistades, tensiones, situaciones de abuso o enfado…) que, sin embargo, no llegan a activarse del todo sin un individuo que se las ponga y las dote de vida. La comprensión de sus piezas queda, por tanto, en un plano mental. Mecanismo para pasear juntos II, 2023, o Instrucciones de mecanismo para encontrarse/distanciarse, 2023, proyectan diversos tipos de relaciones que se arman en nuestra imaginación y que no dejan de hablar de cómo los seres humanos nos amamos y odiamos a través de nuestros cuerpos. Los dibujos y vídeos que acompañan a las piezas textiles complementan su proceso de investigación y dialogan lúdicamente con estos. ¿Qué es ser cuerpo? se preguntaba Merleau- Ponty tratando de explicar su relación substancial entre el hombre, la cotidianidad y la experiencia de ser-en-el-mundo. A través de estas cuatro propuestas profundizamos en las infinitas formas que un cuerpo puede ser, su carácter cambiante y balanceado, así como las múltiples interpretaciones que este genera. Los cuatro artistas de la muestra consiguen dotar al material de una expresividad y una poética que nos remite a la vida, y más concretamente a un mundo de emociones que nos pertenece pero que es difícil de escrutar.

Regina Pérez Castillo, comisaria

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Actividad realizada con la ayuda del Ministerio de Cultura y Deporte