Informe
Marina Núñez

17 diciembre, 2010 – 06 febrero, 2011

La primera muestra individual de Marina Nuñez (Palencia, 1966) en nuestra ciudad, constituida por vídeos, infografías sobre tela, dibujos digitales sobre pvc y una caja de luz, sostiene un discurso que reflexiona sobre el posthumanismo-transhumanismo. La constante reinvención de la especie humana, en la antesala de lo que parece ser determinante fin de las civilizaciones y culturas tal y como las hemos conocido hasta el momento, genera una dinámica destrucción-regeneración, sin que, por ahora, halla producido un modelo a perpetuar de individuo y sociedad. Conceptos como multiplicidad y mutación, fruto de los acontecimientos que han precipitado la liquidación del humanismo, se enlazan con las críticas a lo canónico y la perspectiva que de tales transformaciones se ofrece desde el observatorio alerta e implacable, en su posicionamiento social y plástico, en que se ha constituido la mirada de la artista.

La elección del título se justifica por la doble acepción del vocablo, en tanto que puede ser definido como conjunto de datos en torno a algo o alguien y también como lo que carece de forma. En el segundo caso habría que plantearse qué se considera forma, ya que para ello ha de existir una previa concepción, convencional y canónica; presupuestos que Marina Núñez cuestiona en lo visual, aludiendo a configuración y tamaño, con lo que introduce cuestiones de escala. Subyace una crítica al canon físico y a la cruel marginación que sufren aquellos que no “dan la talla” junto al rechazo a la linealidad de pensamiento. De ahí que las figuras deformes o monstruosas, con respecto a lo preestablecido, se nos presenten como iconos de reivindicación de una existencia material y espiritual ajena a lo “políticamente correcto o conveniente”. No obstante, tampoco se nos ofrece como propuesta idónea, ante las dudas que suscita su comportamiento futuro. En definitiva, lo único incuestionable es la necesidad y la bondad del uso de la inteligencia en un sentido crítico y constructivo

Nos encontramos ante un planteamiento, ni a favor ni en contra -un informe- que recoge por un lado la opinión que defiende la ciencia como única salvación y, por otro, la representación del miedo ante el exceso de tecnología: robots, cyborgs, manipulaciones genéticas, mutantes, clones… Avatares del siglo XXI, monstruos tecnológicos creados por el “novísimo Prometeo”, sistemático quebrantador de los derechos de sus semejantes y aniquilador de su entorno natural, entre los que, cada vez más a menudo e intensamente, se produce una relación de hostigamiento mutuo. El monstruo, una de las líneas de trabajo de la artista, por definición es aquel ser “contra natura” por diferir notablemente de los de su especie, causando extrañeza, miedo y rechazo, pero también una curiosidad morbosa. Por tanto, es aquella producción que se opone al orden regular de la naturaleza, relacionada con el desorden del ser y la entropía y con el mal y lo diabólico. Constituyéndose, por otra parte, en prueba y objeto de la fascinación del ser humano por lo abyecto y lo siniestro, lo esquizoide y la regresión animal. El monstruo forma parte del imaginario colectivo, con una presencia universal y diacrónica. La idea de Universo como compendio de ese imaginario nos ha sido transmitida en cuanto que resultado de un proceso de sistematización en medio del caos preexistente. El imaginario colectivo es considerado como el conjunto de imágenes que, a modo de instrumento de clasificación de nuestro entorno, rige la existencia de los individuos en sociedad; por ello, construcción social vinculada al poder político, económico y religioso, pero también a otros grupos capaces de ejercer presión, como “masa crítica”, y, sobre todo, de generar opinión por su capacidad intelectual: los creadores. Marina Núñez ha creado un mundo propio, con su correspondiente lenguaje visual y discursivo, poblado por criaturas y escenarios en los que confluyen la ciencia ficción, la locura y lo monstruoso. Es también un universo en el que lo femenino y corporal goza de carácter preeminente, por lo que, en consecuencia, el cuerpo de la mujer aparece en la mayoría de los casos como soporte de unas necesidades de expresión plástica y como conductor de una narración comprometida con lo social y lo político.

La desorientación del Hombre como especie, que parece no encontrar su sitio, y la pérdida de identidad del individuo son los síntomas de un agotamiento en la credibilidad de que en algún momento fue acreedor. Asistimos, en cualquier caso, al progresivo encumbramiento de un cierto “tecnocentrismo” en detrimento del humanismo que sucedió al teocentrismo medieval. ¿Cabría preguntarse si la ciencia y la tecnología conforman una nueva religión, la religión del posmodernismo? En la década de los ochenta, tras las formulaciones de la condición posmoderna de Lyotard, coincidieron las teorías acerca del fin del arte y del “fin de la historia”, enunciada por Fukuyama a propósito de la disolución de las ideologías en favor de la economía y del advenimiento del pensamiento único –clonación mental- ¿la ciencia y la tecnología actúan como sucedáneos de las ideas? Danto y Betling consideran terminales la pérdida del sentido y propósito seculares del arte, tras la polarización entre la pérdida del sentido espiritual de la forma de las vanguardias y la pérdida del sentido de la forma a partir de los discursos conceptuales. Sin embargo, pese a la aceptación oficial de las proposiciones de ambos, los artistas siguen creando formas plenas de contenido. Tal es la exposición que nos ocupa y toda la obra de Marina Núñez, en la que pesan equitativamente ambos considerandos.

La ciencia y la tecnología, como la religión y la política, y como todo aquello que cae en manos de ciertos grupos, son instrumentos de poder, por lo que deben estar sometidas a un riguroso seguimiento para impedir su empleo incontrolado y abusivo. Ya nos encontramos en la fase de pérdida de intimidad, ante la legitimación, no moral pero si oficial, de la violación indiscriminada e impune de los canales de comunicación interpersonal más extendidos en nuestro tiempo –correos electrónicos, sms o líneas de teléfono-. John Gray, en su crítica al humanismo antropocéntrico manifiesta la profunda disconformidad y decepción que las obras del género humano le inspiran, oponiéndose en el terreno religioso por igual a lo que denomina fundamentalismo secular y ateísmo militante y en el ámbito político a las utopías de izquierdas y derechas, tanto de la primera mitad del siglo pasado como las más recientes de corte neoliberal y ultraconservador, algunas de cuyas expresiones más rotundas se han producido a través del Fondo Monetario Internacional, la “cruzada” de los regímenes y grupos no gubernamentales, terroristas o no, del entorno radical islamista y la guerra contra el terrorismo.

El monstruo es el catalizador de los aspectos más opacos del ser humano, pudiendo considerarse, además, como la respuesta de las sociedades más diversas ante sus carencias y conflictos internos. El hombre, monstruo en si mismo a lo largo de su Historia e intrahistoria, ha creado el fenómeno monstruo ante la necesidad de un contracampo hacia donde dirigir su mirada para que se produzca la libre reflexión frente a la opinión militante. La reflexión debe ser marginal por principio, ya que siempre se centra en lo que el discurso “normal”-convencional sitúa en los márgenes, por considerarlo demasiado obvio o incómodo. Así, el fenómeno monstruo deviene en la reflexión sobre lo monstruoso, a la que sucede la introspección especulativa en la reflexión del propio monstruo, que no es otra que una autorreflexión sobre la naturaleza oculta de los humanos, puesta de manifiesto en aquellas criaturas que a modo de espejo nos devuelven la imagen del propio lado oculto, de la sombra, haciendo posible el conocimiento de nuestro ser completo y complejo.

Los viajeros románticos eligen otro viaje. Es un viaje hacia la Naturaleza que se abre como horizonte infinito a la mirada de los nuevos viajeros. Parten de una nueva Naturphilosophie que los filósofos de Tübingen y Jena piensan en la transición del siglo. Es el contexto en el que Novalis, Kleist y el mismo Hölderlin, piensan. Frente a la armonía y equilibrio clásicos que Winckelmann defendiera en sus Gedanken, aparece ahora un mundo de sombras que recorren por igual el mundo natural como el de los sentimientos, ese mundo interior que las artes interpretan, música y poesía, literatura y pintura. Y lo que al principio parecía ser una fuga del orden clásico, se impone como el momento en el que nace una nueva modernidad. Cuando Caspar David Friedrich en 1818 pinta Der Wanderer über dem Nebelmeer, ‘El paseante sobre el mar de nubes’, ya expresa esa nueva Sehnsucht que orienta no sólo el sentimiento sino la mirada de un arte que construye su visión que repiensa el lugar del hombre en el mundo. Atenta siempre a esa época y orientando su trabajo en diálogo con momentos principales de la tradición romántica, M. Ángeles Díaz Barbado, se cita ahora con una de las obras más sublimes de ese tiempo, como es el Winterreise de Franz Schubert, ciclo de Lieder sobre poemas de Wilhelm Müller. Sin duda se encuentra ante un momento decisivo. Schubert los escribe en los meses anteriores a su muerte, ocurrida en Wien en 1828 con sólo treinta y un años. La emoción, perplejidad de quienes escucharon por primera vez estos Lieder anunciaba la perfección absoluta de quien en su breve vida había sido el autor de composiciones memorables. Ahora, ante las puertas de su final su música desafiaba el tiempo citando al silencio a formar parte de esa música. El recuerdo del Adagio del Streichquintett, su tiempo lento premoniza ya esta música final. Se trata de un silencio que se identifica con el silencio de la Naturaleza, interpretándolo. Es así como partiendo del cuarto Lied, Erstarrung, ‘Congelamiento’, se componen estas silenciosas Variaciones sobre un tema único, los helechos del bosque. Aquí todo coincide, el bosque como metáfora privilegiada del mundo natural, el silencio que recorre el espacio de la noche y la sombra, el aparecer misterioso de los helechos plateados que tapizan la tierra, ellos los guardianes silenciosos de la Erde, de la tierra, como escribiera Kleist. Y todo compuesto desde otro silencio, el de la escritura. M. Ángeles Díaz Barbado vuelve a darnos una lección de su poética radical. Sobre el papel negro el dibujo suspendido en blancos y platas que acentúan el tono del invierno. Ella, tan próxima siempre a Thomas Bernhard, comparte con él el sentimiento de su Frost, ‘Helada’, aquel tiempo que abraza el mundo en su silencio y espera. Una forma de amor a la Tierra protegida ahora por los helechos guardianes.

Quiero besar el suelo, traspasando el hielo y la nieve
con mis ardientes lágrimas,
hasta que vea la tierra.
WILHELM MÜLLER. Congelamiento
FRANZ SCHUBERT. Winterreise

Cerca del final de su corta vida, Franz Schubert compuso Winterreise, un ciclo integrado por veinticuatro canciones para voz y piano inspiradas en poemas de Wilhelm Müller. La obra se crea en un contexto en el que el frío, el hielo, están dotados de un poder misterioso y fascinante que en este caso se identifica con un sentimiento de pérdida, con un estado del alma. A lo largo de los Lieder está contenida la pregunta por el lugar del hombre en la naturaleza: ¿es parte de ella, o está condenado a ser un eterno forastero, un eterno caminante que no encuentra su lugar en la tierra? Hasta que vea la tierra evoca un sentimiento ambiguo generado por un deseo de identificación con la naturaleza a la vez que por una búsqueda que se presiente infinita. El helecho prefiere la sombra, la humedad, el frío, la cercanía a la tierra. Con sus hojas protege el interior, la oscuridad, el fondo. Sugiere un caminar lento que permite la observación detenida, minuciosa. En su estructura conviven la repetición y la irregularidad; lo vivo y lo inanimado se unen en un movimiento envolvente, lento, frío, penetrante.

M. Ángeles Díaz Barbado

Obras

Actividad realizada con la ayuda del Ministerio de Cultura y Deporte