El pan
David Escalona

23 septiembre – 19 noviembre, 2011

Tras un largo periodo, David Escalona (Málaga 1981) retoma la escultura, trabajada en alabastro, resina, porcelana y cristal, como lenguaje cardinal para esta exposición, primera parte de un proyecto complejo plasmado en diversos soportes, en el que revisita su infancia en el momento de la pérdida precoz de la inocencia al sufrir un traumático accidente en el obrador de sus padres. El reencuentro con su entorno familiar despierta la necesidad de comunicarse con su pasado y, a la vez, de comunicarlo. Es un proceso de elevar a público lo más íntimo, trascendiéndolo a categoría universal. Los fragmentos de obras de Fernando Pessoa y Chantal Maillard que escogió para su web explican este salto al vacío. Ante la incapacidad para mostrar su fuero interno, Pessoa confiesa que miente: “…lo que al final tengo que hacer es convertir mis sentimientos en un sentimiento humano típico, aunque sea pervirtiendo la propia naturaleza de lo que yo sentí…”–. Cuando se vuelca la experiencia personal intransferible a un código común con el resto, convirtiéndola en arquetipo, pierde parte de su esencia y pasa a ser otra cosa, aunque mantenga relación con aquélla.
David Escalona desanda lo andado a la búsqueda de sus “pasos perdidos”, de lo primigenio de su propia naturaleza, cargado con el equipaje vital de un aprendizaje curtido en los estudios de medicina, donde configura su lenguaje artístico propio, preñado de apelaciones a lo orgánico, tallado con los de bellas artes y enriquecido con la exploración arqueológica, antropológica, histórica y artística de sus raíces. Según Walter Benjamín, que elaboró una especie de teología lingüística: “…puesto que Dios ha creado las cosas, el verbo creador en ellas es el germen del nombre que las conoce”, en opinión de Vicente Jarque, la palabra humana. Asimismo, existe una teoría de la posesión a través del nombramiento. Al igual que el hallazgo del lenguaje para nombrar las cosas y aprehenderlas le reveló las heridas y su naturaleza dolorosa, adelantando la madurez en la mirada a la vida, tras el hallazgo de una estrategia comunicativa en lo artístico y la consciente desvirtuación en la absoluta sinceridad del mensaje asume la impureza del camino emprendido.
Durante este viaje, pues, se produce una segunda pérdida de inocencia; a cambio, el artista aprende a “deslizarse”:

-“ A fuerza de permanecer en superficie sin saber deslizarse, algunos toman conciencia de que algo suyo… enferma. Pretendiendo curarse, emprenden la búsqueda de los antiguos caminos de lo profundo, pero se dan cuenta con horror que han quedado inservibles. .. .se trata de aprender una nueva forma de honradez…tomar conciencia del vacío, de la página en blanco, de la posibilidad de ser: de hacerse. A partir de ahí, podrán empezar a hablar» (Chantal Maillard)-.

De ambas fracturas ha sanado y extraído una lectura positiva, confrontándolas y reconciliándolas, como confronta y reconcilia ingenuidad y perversión; belleza y monstruosidad; atracción y repulsión; violencia y serenidad; fragilidad y fortaleza; delicadeza y rudeza; dolor y placer; sueño y pesadilla…., resultando un laberinto de espejos.
En el montaje instalativo, esculturas y vídeo componen escenografías ligadas al obrador, paisaje de su infancia, donde el niño comienza a experimentar con la materia y con la vida, en lo lúdico y lo trágico. Los conceptos conviven con ritos y símbolos de resonancias míticas, junto a evocaciones autobiográficas y culturales. Cada pieza es portadora de una compleja red de significados, lo que Umberto Eco considera obra abierta; sin embargo, la intencionalidad del artista es comunicar un mensaje concreto, plural pero de difícil acceso a las especulaciones del consumidor, por lo que cuida en extremo su capacidad de sugerencia.



La metamorfosis es otro de los temas axiales de la exposición. La mano metamórfica tras un accidente y sucesivas operaciones aproxima al artista a este fenómeno. Por un lado Ovidio y las transformaciones físicas de las divinidades olímpicas, por otro Kafka y Gregorio Samsa. Además de los anfibios, los insectos son los únicos animales para los que este proceso es connatural. Ello justifica la presencia de la parada nupcial de polillas en un vídeo y de larvas de gusanos de seda en una caja, en recuerdo de aquellos que mantuvo de incógnito bajo la cama del hospital durante las primeras intervenciones, ayudándole a comprender el proceso de cambio en su mano una vez quitada la venda. Mano que encontramos emboscada en la tela metálica de una de las ventanas, sujetando un hilo de cuyo extremo pende una pieza dental similar a las que se agrupan en un extremo del ventanal. Imagen metafórica de la trampa-accidente, experiencia iniciática que propicia la eclosión adulta en precocidad. Al camino de aprendizaje de la vida se alude en las baldas-peldaños de alabastro depositados sobre mandiles de panadero, que aportan un aura mística.
La caída de dientes en la interpretación freudiana de los sueños tiene connotaciones sexuales, indicando la proximidad de la adolescencia, preámbulo de la edad adulta. Pero también existe un parentesco con la brutalidad, más aún en estas piezas, distintas de las humanas. Caso extremo el Egaeus de Berenice, personaje al que Edgar Allan Poe hace extraer todos los dientes de su amada moribunda, único vestigio de una belleza trocada en fealdad por la enfermedad. Asimismo, ejemplifica las pesadillas que poblaron las noches infantiles de David Escalona. Es durante el sueño cuando se traspasa el umbral de la realidad, pudiendo cambiarla o soslayarla, pero también adentrarse por el sendero del terror. La cama vertical no es para dormir, tampoco será el escenario de rituales amatorios. Lo corrobora la masa-piel que se apoya en el travesaño, erizada de elementos punzantes que simbolizan el dolor.
La masa de pan al fermentar muta en la mesa del obrador. En el montaje es también mesa de quirófano y barca. Masa mutada en animal abierto en canal en torno al que se congregan unos mandiles fantasmales. Cónclave de cirujanos: la composición parece remitir a la Lección de anatomía de Rembrandt; en otro registro, a los cartujos del refectorio de Zurbarán, aunque también podrían ser los Apóstoles en torno al Agnus Dei, metáfora visual del sacrificio y de la muerte. En la barca mortuoria rema Caronte, y viaja Ra, que cada día muere y renace, es decir, se regenera.
Lo animal aparece también ligado al sonido de la amasadora-destructora y al arma paleolítica. Bestialidad terrible, como lo es a veces la belleza, y bestialidad amable y cómplice del compañero de juegos del niño. El perro mascota que le lame las heridas mientras sacia su sed, maravillosa relación mutualista.
El título de la exposición es comprehensivo de su prolijidad en significados y significantes. Alimento básico, elemental e imprescindible, causa de múltiples revoluciones; Pan de Vida del cristianismo; Pan, el todo griego, como lo es el semidios de pastores y rebaños que se manifestaba durante las siestas con un efecto catártico y que, enfurecido cuando se le despertaba, producía las estampidas de animales por el temor a sus reacciones –pánico-. Correlación de significados en una suerte de mantra de lectura circular, como el poema de Chantal Maillard “En un principio era el hambre…”, que ilustra la exposición.

Los viajeros románticos eligen otro viaje. Es un viaje hacia la Naturaleza que se abre como horizonte infinito a la mirada de los nuevos viajeros. Parten de una nueva Naturphilosophie que los filósofos de Tübingen y Jena piensan en la transición del siglo. Es el contexto en el que Novalis, Kleist y el mismo Hölderlin, piensan. Frente a la armonía y equilibrio clásicos que Winckelmann defendiera en sus Gedanken, aparece ahora un mundo de sombras que recorren por igual el mundo natural como el de los sentimientos, ese mundo interior que las artes interpretan, música y poesía, literatura y pintura. Y lo que al principio parecía ser una fuga del orden clásico, se impone como el momento en el que nace una nueva modernidad. Cuando Caspar David Friedrich en 1818 pinta Der Wanderer über dem Nebelmeer, ‘El paseante sobre el mar de nubes’, ya expresa esa nueva Sehnsucht que orienta no sólo el sentimiento sino la mirada de un arte que construye su visión que repiensa el lugar del hombre en el mundo. Atenta siempre a esa época y orientando su trabajo en diálogo con momentos principales de la tradición romántica, M. Ángeles Díaz Barbado, se cita ahora con una de las obras más sublimes de ese tiempo, como es el Winterreise de Franz Schubert, ciclo de Lieder sobre poemas de Wilhelm Müller. Sin duda se encuentra ante un momento decisivo. Schubert los escribe en los meses anteriores a su muerte, ocurrida en Wien en 1828 con sólo treinta y un años. La emoción, perplejidad de quienes escucharon por primera vez estos Lieder anunciaba la perfección absoluta de quien en su breve vida había sido el autor de composiciones memorables. Ahora, ante las puertas de su final su música desafiaba el tiempo citando al silencio a formar parte de esa música. El recuerdo del Adagio del Streichquintett, su tiempo lento premoniza ya esta música final. Se trata de un silencio que se identifica con el silencio de la Naturaleza, interpretándolo. Es así como partiendo del cuarto Lied, Erstarrung, ‘Congelamiento’, se componen estas silenciosas Variaciones sobre un tema único, los helechos del bosque. Aquí todo coincide, el bosque como metáfora privilegiada del mundo natural, el silencio que recorre el espacio de la noche y la sombra, el aparecer misterioso de los helechos plateados que tapizan la tierra, ellos los guardianes silenciosos de la Erde, de la tierra, como escribiera Kleist. Y todo compuesto desde otro silencio, el de la escritura. M. Ángeles Díaz Barbado vuelve a darnos una lección de su poética radical. Sobre el papel negro el dibujo suspendido en blancos y platas que acentúan el tono del invierno. Ella, tan próxima siempre a Thomas Bernhard, comparte con él el sentimiento de su Frost, ‘Helada’, aquel tiempo que abraza el mundo en su silencio y espera. Una forma de amor a la Tierra protegida ahora por los helechos guardianes.

Quiero besar el suelo, traspasando el hielo y la nieve
con mis ardientes lágrimas,
hasta que vea la tierra.
WILHELM MÜLLER. Congelamiento
FRANZ SCHUBERT. Winterreise

Cerca del final de su corta vida, Franz Schubert compuso Winterreise, un ciclo integrado por veinticuatro canciones para voz y piano inspiradas en poemas de Wilhelm Müller. La obra se crea en un contexto en el que el frío, el hielo, están dotados de un poder misterioso y fascinante que en este caso se identifica con un sentimiento de pérdida, con un estado del alma. A lo largo de los Lieder está contenida la pregunta por el lugar del hombre en la naturaleza: ¿es parte de ella, o está condenado a ser un eterno forastero, un eterno caminante que no encuentra su lugar en la tierra? Hasta que vea la tierra evoca un sentimiento ambiguo generado por un deseo de identificación con la naturaleza a la vez que por una búsqueda que se presiente infinita. El helecho prefiere la sombra, la humedad, el frío, la cercanía a la tierra. Con sus hojas protege el interior, la oscuridad, el fondo. Sugiere un caminar lento que permite la observación detenida, minuciosa. En su estructura conviven la repetición y la irregularidad; lo vivo y lo inanimado se unen en un movimiento envolvente, lento, frío, penetrante.

M. Ángeles Díaz Barbado

Obras

Actividad realizada con la ayuda del Ministerio de Cultura y Deporte