
Ann Pettersson (Estocolmo, 1965) se sirve de la fotografía para crear una realidad ficticia. La artista deconstruye la visión convencional de aquello que nos rodea y revela un mundo diferente al que normalmente vemos como tangible. Pettersson se disocia de la representación literal al reaccionar ante las condiciones locales y manipularlas de tal forma que da lugar a imágenes ilusorias, a veces de ensueño.
Pettersson busca la periferia metropolitana y áreas subdesarrolladas, apenas modificadas por el hombre. Estos paisajes naturales y culturales aparecen en su trabajo como símbolos del estado de la condición humana, en los que también se deja entrever, parcialmente, una sensibilidad emocional. Proyecta sus propias reflexiones sobre el paisaje por medio de constantes intervenciones, otorgando a su relación con la escena -la actitud, la traducción y la intensidad- una presencia palpable en su trabajo. Pettersson reúne motivos tales como panorámicas de horizontes o elementos pictóricos muy detallados, de manera bastante literal, fotografiando repetidamente en la parte superior de uno y otro. Las olas parecen cruzarse entre sí (Blue), las hojas y las ramas posan como una cascada (Interval) y, detrás de las barras irregulares, al lado de la construcción, maquinaria pesada parece disolverse en el aire (Twin).
Rara vez aparece gente en su trabajo; el paisaje es experimentado sin la intermediación de la figura humana. De este modo, el observador se convierte en parte de la obra al participar activamente e identificarse con ella. Pettersson hace al observador cómplice de sus paisajes.
Ann Petterson reacciona a las costumbres establecidas y los supuestos básicos con los que la gente suele considerar su entorno, y pone estas expectativas a prueba al situar la imagen entre lo real y lo ilusorio. El paisaje como tema es flexible pero permanece auténtico, a pesar de la artificialidad que a veces muestran las imágenes. Pettersson examina y cuestiona el razonamiento que hay detrás de esto, para lo que se distancia formalmente de aquello que la razón dicta como tema. El carácter del paisaje siempre sirve de herramienta alegórica para crear la imagen. La naturaleza, lo antinatural, las intervenciones humanas y el paisaje urbano resultante son sopesados entre sí en varios niveles.
Pettersson realiza múltiples exposiciones en un solo negativo. Consigna a la memoria cada disparo y lo considera al seleccionar el siguiente motivo. La artista aúna estos motivos en una cadena o un desequilibrio, para formar una única imagen. El carácter del trabajo se aproxima al de un dibujo o una pintura. Los colores se entremezclan y sirven para distanciar la obra de los motivos originales. Pettersson desmonta la interpretación tradicional y documental del medio fotográfico a fín de examinar los límites de lo verosímil. En algunas piezas, los motivos pasan con cautela a un primer plano; como un recuerdo que se evapora en un abrir y cerrar de ojos. El tiempo transcurrido entre las exposiciones se hace entonces visible (como en Intermission). Mientras, en otras piezas los motivos se funden inextricablemente. Las imágenes emergen con una apariencia fotográfica sin adulterar.
Los viajeros románticos eligen otro viaje. Es un viaje hacia la Naturaleza que se abre como horizonte infinito a la mirada de los nuevos viajeros. Parten de una nueva Naturphilosophie que los filósofos de Tübingen y Jena piensan en la transición del siglo. Es el contexto en el que Novalis, Kleist y el mismo Hölderlin, piensan. Frente a la armonía y equilibrio clásicos que Winckelmann defendiera en sus Gedanken, aparece ahora un mundo de sombras que recorren por igual el mundo natural como el de los sentimientos, ese mundo interior que las artes interpretan, música y poesía, literatura y pintura. Y lo que al principio parecía ser una fuga del orden clásico, se impone como el momento en el que nace una nueva modernidad. Cuando Caspar David Friedrich en 1818 pinta Der Wanderer über dem Nebelmeer, ‘El paseante sobre el mar de nubes’, ya expresa esa nueva Sehnsucht que orienta no sólo el sentimiento sino la mirada de un arte que construye su visión que repiensa el lugar del hombre en el mundo. Atenta siempre a esa época y orientando su trabajo en diálogo con momentos principales de la tradición romántica, M. Ángeles Díaz Barbado, se cita ahora con una de las obras más sublimes de ese tiempo, como es el Winterreise de Franz Schubert, ciclo de Lieder sobre poemas de Wilhelm Müller. Sin duda se encuentra ante un momento decisivo. Schubert los escribe en los meses anteriores a su muerte, ocurrida en Wien en 1828 con sólo treinta y un años. La emoción, perplejidad de quienes escucharon por primera vez estos Lieder anunciaba la perfección absoluta de quien en su breve vida había sido el autor de composiciones memorables. Ahora, ante las puertas de su final su música desafiaba el tiempo citando al silencio a formar parte de esa música. El recuerdo del Adagio del Streichquintett, su tiempo lento premoniza ya esta música final. Se trata de un silencio que se identifica con el silencio de la Naturaleza, interpretándolo. Es así como partiendo del cuarto Lied, Erstarrung, ‘Congelamiento’, se componen estas silenciosas Variaciones sobre un tema único, los helechos del bosque. Aquí todo coincide, el bosque como metáfora privilegiada del mundo natural, el silencio que recorre el espacio de la noche y la sombra, el aparecer misterioso de los helechos plateados que tapizan la tierra, ellos los guardianes silenciosos de la Erde, de la tierra, como escribiera Kleist. Y todo compuesto desde otro silencio, el de la escritura. M. Ángeles Díaz Barbado vuelve a darnos una lección de su poética radical. Sobre el papel negro el dibujo suspendido en blancos y platas que acentúan el tono del invierno. Ella, tan próxima siempre a Thomas Bernhard, comparte con él el sentimiento de su Frost, ‘Helada’, aquel tiempo que abraza el mundo en su silencio y espera. Una forma de amor a la Tierra protegida ahora por los helechos guardianes.
Quiero besar el suelo,
traspasando el hielo y la nieve
con mis ardientes lágrimas,
hasta que vea la tierra.
WILHELM MÜLLER. Congelamiento
FRANZ SCHUBERT. Winterreise
Cerca del final de su corta vida, Franz Schubert compuso Winterreise, un ciclo integrado por veinticuatro canciones para voz y piano inspiradas en poemas de Wilhelm Müller. La obra se crea en un contexto en el que el frío, el hielo, están dotados de un poder misterioso y fascinante que en este caso se identifica con un sentimiento de pérdida, con un estado del alma. A lo largo de los Lieder está contenida la pregunta por el lugar del hombre en la naturaleza: ¿es parte de ella, o está condenado a ser un eterno forastero, un eterno caminante que no encuentra su lugar en la tierra? Hasta que vea la tierra evoca un sentimiento ambiguo generado por un deseo de identificación con la naturaleza a la vez que por una búsqueda que se presiente infinita. El helecho prefiere la sombra, la humedad, el frío, la cercanía a la tierra. Con sus hojas protege el interior, la oscuridad, el fondo. Sugiere un caminar lento que permite la observación detenida, minuciosa. En su estructura conviven la repetición y la irregularidad; lo vivo y lo inanimado se unen en un movimiento envolvente, lento, frío, penetrante.
M. Ángeles Díaz Barbado
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