16 noviembre, 2012 – 05 enero, 2013

En La menor distancia, Javier Garcerá (Puerto de Sagunto, 1967) formula una propuesta utópica con el propósito de enfrentarnos a la búsqueda de un estado de la realidad portador de aquellas cualidades inefables, imposibles de aprehender sin el concurso de la intuición. Unas pocas obras de factura minuciosa hasta lo exhaustivo, maridando opuestos no antagónicos, dan cuerpo a una exposición sutil y elegante, con un gran énfasis en la dimensión formal, ya que contiene en si misma su argumento y estrategia, consistente en sugerir una perspectiva del espacio impreciso, difuso, cambiante y múltiple que dejan entrever las fisuras que se abren en la supuesta evidencia. Su apreciación demanda una postura vigilante y para ello el artista apela a lo sensorial, previo vaciado de todo bagaje preexistente; presentarse como un neófito, desnudo, y experimentar el mutuo trasvase que se produce entre espectador y obra, sin mediatización alguna que pueda amortiguar la capacidad perceptiva pura e íntegra que requiere la captura de lo infinito mutable. En palabras de Garcerá: “..proceso de intensificación de la percepción que se propone como medio para crear un estado de conciencia en el que la realidad se pueda llegar a percibir de forma más intensa, más serena”. O, como escribe G. Didi Huberman –Lo que vemos, lo que nos mira-: “La simple apertura de la percepción a un espectro de cosa apenas calificado”, cita que el artista incorpora al catálogo de la exposición Take off your shoes, de título muy significativo.
Es la impermanencia, como característica esencial y genuina de un universo regido por lo relativo, tema capital en esta exposición, que, en última instancia remite al acercamiento a la vida y la persona, previa renuncia a las circunstancias que la rodean y limitan; siendo, sin embargo, esa impermanencia lo único que se mantiene constante en cualquier ciclo vital, desarrollado en un fluir continuo y cambiante, con principio y fin. Entonces ¿Por qué aferrarse a nada? El proceso para alcanzar esta observación directa de las cosas es un camino de liberación de todo aquello que no solo nos somete cada día sino que se interpone entre el estrato de realidad primigenio y el individuo. Cuestión fundamental en el encuentro del sujeto con la vida y consigo mismo; tal lo entendieron las doctrinas de pensamiento occidentales, desde la formulada por Heráclito, que se resume en el famoso “panta rei”, imagen del devenir animado por opuestos; fundamento, asimismo, de la milenaria filosofía oriental del Taoísmo –Yin y Yang-, tan decantada hacia la meditación y lo contemplativo. Como Platón, posteriormente, Heráclito no desprecia el uso de los sentidos, considerándolos, por el contrario, indispensables para el conocimiento de la realidad; reivindicando lo subjetivo en cuanto teatro de operaciones de la pugna entre lo real y lo aparente.
El artista apela a lo sensorial, previo vaciado de todo contenido contaminante, siendo éste su planteamiento al abordar la obra. Una vez en unión con la naturaleza inhala su aroma y se deja envolver, invadir y conmover primariamente por su esencia, trasladando esos estímulos a los diferentes soportes por medio de las técnicas más directas y fieles a su plasmación. Por otra parte, con una dinámica de antagónicos no incompatibles como sencillez y complejidad, sobriedad y saturación, fragilidad y rotundidad, micro y macro, profundidad espiritual y sensualidad, suntuosidad y austeridad.., conjuga una serie de elementos entre lo vegetal y lo fósil, lo celular o lo estelar, conformadores de sistemas, siguiendo un patrón no ajeno a lo fractal. Si bien es cierto que entre aquellos más identificables aparecen ejemplares de la flora autóctona local, factura y soportes evocan el lejano oriente en sus lacas y bronces y en el tratamiento del paisaje, que se hace eco de una naturaleza exuberante, bulliendo y dejando sentir su pulso y su ritmo. Para Javier Garcerá: “ la materialidad de la obra enfatiza elementos visuales que potencian una cierta inabarcabilidad y la idea de cambio y de movimiento, tanto de la forma como de la luz y el color, en una infinita variedad tonal, que provoca que la estructura formal se desvanezca y vuelva a aparecer constantemente, en función del punto de vista”. Como consecuencia, surge “la imposibilidad de sentirse dueño de la imagen que la obra origina, pasando de ser conscientes de los límites del decir a sujeto a la imposibilidad de ver”.
Las nociones de sistema y escala, muy presentes en la muestra, remiten también a la necesidad de establecer un orden de prioridad capaz de primar lo esencial.
Dejémonos llevar por el consejo de María Zambrano –Algunos lugares de la pintura- , texto también citado por el artista:
“Solo cabe ahora instalarse en esa entrega y esperar; esperar pacientemente sin expectativas, gastando tiempo, perdiendo tiempo. Porque la obra es una morada temporal que acoge en su seno el misterio, el enigma, el “fantasma” que logra asomarse un instante a la superficie antes de que se lo trague la corriente, sólo un instante, pues no es el propio del fantasma durar.”
IH
Con el espíritu de un historiador del arte, Montesinos quiere poner en valor ese universo heterogéneo no sólo como colmatación estilística o fenómeno artístico, también lo entiende como un pasaje de ida y vuelta: resultado/producto de un proceso social, económico y artístico tanto como vía para llegar a esos factores en esa ruta para la (auto)comprensión. Ciertamente, su propósito no es sólo constituirse en nueva oda o revisión artística de las producciones del Estilo del relax, participando del relato que lo proyecta como una mitología local, sino abordarlo desde sus implicaciones sociales e identitarias. El título de esta exposición revela el profundísimo vínculo que siente Montesinos con el universo del relax, que viene a modificar y configurar el lugar/territorio que siente como propio, en el que encuentra el sentido o el origen de un modo de ser y estar, un lugar que, en definitiva, es él. Lo que Montesinos pretende es proyectar sobre este objeto de estudio una mirada distinta, nuevas preguntas que conlleven respuestas que vengan a ampliar, completar y diversificar la interpretación y la fortuna crítica del mismo. Tal vez, por todo ello, podemos llegar a comprender la militancia que demuestra Montesinos respecto al valor intrínseco del universo del relax, a su posicionamiento en la convicción de su valor como indudable patrimonio. El artista no oculta cómo ese patrimonio es fruto de una modificación radical de la conurbación Costa del Sol, de esa suerte de ciudad-lineal que se desarrolla a lo largo de la N-340, de lo que técnicamente se llama ZoMeCS (Zona Metropolitana de la Costa del Sol), incluso de los orígenes y las derivaciones espurias y perversas del fenómeno económico que la sustenta, pero ello no es óbice para aceptar la trascendental y esencial ascendencia sobre su persona -y sobre el pueblo, paisanaje o comunidad- y la defensa de muchos de sus hitos y cultura material y simbólica como documentos culturales, antropológicos e identitarios.
El de Montesinos es, por tanto, un viaje tan científico –aquí la práctica artística se convierte en una ciencia social- como emocional. Documento y memoria parecen fundirse en su ejercicio, tanto como que aquellos elementos o pormenores sobre los que fija su mirada para interpelarse actúan con la doble condición de ser indicios y vivencias. Para ello, como compañero de viaje, cuenta con el concurso del comisario. Esta exposición, de hecho, viene a culminar más de una década en la que el Estilo del relax se ha convertido para ambos, para el artista y para quien esto escribe, en recurrente tema de conversación y reflexión que ha alumbrado distintas experiencias compartidas, ya sean expositivas, como el proyecto Forjando identidades. Construyendo escenarios (Genalguacil Pueblo Museo, 2019), o de producción artística y de conocimiento. De hecho, muchas de ellas han resultado profundamente significativas para este proceso de investigación, un auténtico work in progress, que metaforizamos como una suerte de viaje. Tanto es así, que algunos posicionamientos, materiales y soluciones que se observan en RLX, el lugar que soy proceden, siendo reformulados para esta ocasión, de aquellos capítulos anteriores.
En RLX, sobre el lugar que soy, Montesinos hace confluir algunos rasgos y procedimientos característicos de su poética con distintas nociones que quiere destacar del Estilo del relax, como su naturaleza de estilo de aluvión, de acarreo de materiales y de fórmulas arquitectónicas procedentes de la tradición vernácula y de la arquitectura del Movimiento Moderno, que pasaban a fundirse de un modo absolutamente desprejuiciado, libre e incluso bizarro. Para ello, el artista ensaya una propuesta eminentemente escultórica en la que descompone algunos de los principales edificios-icono, con una gran carga vivencial para él, en un repertorio de soluciones formales, materiales y rasgos estilísticos. Viendo estos dispositivos escultóricos, como el que se inspira en la icónica Residencia de Tiempo Libre de Marbella, acuden a nuestra memoria el ciclo de obras que Montesinos ha venido haciendo en sus Inopias, una fórmula que caracteriza, en buena medida, su trabajo último. Ante los circuitos de mini-golf del Hotel Mare Nostrum de Fuengirola, gracias al modo en el que se exponen, afloran las “áreas gráficas” a las que se entregó al principio de su carrera. El uso del DM y cierto desarrollo escénico que asumen algunas de las obras expuestas, permiten que encontremos en ellas algunas de las ideas-fuerza del proyecto Forjando identidades. Construyendo escenarios, relativas a la comprensión como escenografías, decorados o tramoyas de diversas construcciones y conjuntos para el ocio y el turismo que se desarrollaron en la Costa del Sol.
Montesinos, desde la precariedad de los materiales que decide emplear, logra soluciones y terminaciones verdaderamente próximas a las que los artífices de muchos de esos edificios brindaron como impronta estilística y formal a los mismos. Sorprende el uso del cartón acanalado o del cemento en algunos elementos y pormenores de sus piezas, de modo que nos traen fortísimas evocaciones de los procedimientos y materiales usados en el tercer cuarto de siglo XX, lapso en el que se desarrolló el Estilo del relax. En otras ensaya nuevas fórmulas escultóricas mediante el uso del DM, de manera que opta a la tridimensionalidad y a lo arquitectónico a partir de planchas. También, a modo de trampantojos –lo escenográfico, ese sentido de decorado al que antes nos referíamos-, incluye materiales míticos que identificamos con este universo, como es el caso de la recreación del gresite (azulejos o teselas) que alude a las piscinas y, en concreto a la del edificio San Miguel de Fuengirola. En otros casos, debemos destacar el carácter semántico de algunas soluciones formales, como la toalla colgada con la impresión de varias de las torres que Antonio Lamela diseñó para Playamar (Torremolinos) –evidencia, también, los nuevos usos de la fotografía, o directamente habla de la post-fotografía-. Una de las imágenes más usuales de los enclaves de turismo veraniego son esas acciones espontáneas de los turistas que cuelgan sus toallas de playa en terrazas y ventanas. Esa política de gestos habla del fenómeno del sol y playa con el que tanto se vincula a la Costa de Sol como uno de los destinos paradigmáticos de nuestro país.
Montesinos, con algunos de sus dispositivos de exposición, consigue evidenciar el profundo carácter plástico que posee la arquitectura ligada al Estilo del relax, lo que la convierte en en proto-postmoderna, pues parte de ella encarna, desde los años cincuenta, valores hápticos, esculturales, plásticos y cierta reformulación de lo vernáculo que vendrían a ser descritos como rasgos esenciales de la venidera arquitectura post-moderna. Resulta clave el comentado acto de descomponer esos edificios en sus materiales y elementos esenciales, en mostrarnos el vocabulario que se articula en lenguaje o estilo, en destacar sus significantes. Sus obras, por mor de esto, pasan a ser ejercicios de metonimia. Es decir, algunos de esos fragmentos nombran irrevocablemente al edificio que los ampara.
Otra cuestión de largo alcance se desprende del conjunto de esta RLX, el lugar que soy. Una cuestión que viene, hasta cierto punto, a validar o demostrar cuán cierto es ese presupuesto que defiende Montesinos de cómo él es el lugar. Nos referimos a cómo su modus operandi a lo largo de su carrera artística está mediado por un concepto/comportamiento como el de deriva. Precisamente, en los proyectos que abordan la Costa del Sol parece emular algunas de las derivas que han venido a interpretar desde las prácticas artísticas este territorio. Esta exposición o su reciente documental Relax N-340, estrenado hace unos meses en el Contenedor Cultural de la UMA, parecen emular trascendentales viajes locales e internacionales, como el cortometraje, a modo de road-movie, que Guillermo Pérez Villalta grabó, en 1982, para el mítico programa de TVE La Edad de Oro; o el viaje que realizaron Diego Santos, Carlos Canal y Juan Antonio Ramírez por la N-340, en 1986, como trabajo de campo para escribir el libro que da nombre al Estilo del relax, en el que se teorizó éste. Este último viaje podría ser considerado un réplica del que realizaron Robert Venturi, Steven Izenour y Denis Scott Brown por el strip de Las Vegas en 1968 y del cual surgió Aprendiendo de las Vegas, un libro que anunció la post-modernidad.
Por todo ello, entrar en esta exposición equivale a emprender un ejercicio de deriva, a través de hitos e iconos del relax, por ese territorio del que es natural Montesinos. Pero, seguramente, una vez que emprendan esa deriva, ustedes, como el artista y el comisario, sientan que inician un viaje por su memoria, por aquello que les identifica y por el lugar que son.
Juan Francisco Rueda
Comisario
Vistas de la Exposición






Obras











