15 de febrero – 06 de abril de 2019

Los artistas no olvidan
Federica Matelli
Como destaca el filósofo francés Jean Luc Nancy la idea de mundo comporta siempre una postulación de unidad, exige la unidad, necesita hipostasiar: considerar algo como una realidad absoluta. En el pensamiento occidental el concepto de “lo uno” es el fundamento que determina todos los demás principios incuestionables, aquellos que Miquel García acerca hegelianamente en esta exposición, es decir, dialécticamente, por medio de la negación. Los niega o mejor dicho los vuelca, mostrando su “negativo”, como si de una película fotográfica se tratara. En esto consiste el juego de su “representación artística”, una representación que parece “prohibirse” a sí misma mientras permite lo “prohibido”, jugando irónicamente con lo “incuestionable”.
Los principios incuestionables, como la lógica y la racionalidad humanas, el nomos y las leyes, están en la base de la modernidad y de su política. Vienen a ser principios de una gobernanza que se desempeña a veces visiblemente y a veces de manera oculta, como nos enseñaba Foucault. Las obras expuestas en esta exposición reconducen a dos campos de gobernanza: la cultura, es decir los símbolos, y la memoria, o sea la representación del pasado. Dos campos de gobernanza y entonces de ejercicio del poder, pero también de resistencia y lucha en los que intervenir, si es verdad aquello que nos dictaba Hölderling cuando escribía “allí donde crece el peligro, crece también lo que salva”.
Todo esto tiene que ver con la relación entre alteridades, esa relación dialéctica (Hegel) que embebe la cultura moderna y que contiene una violencia inmanente e intrínseca, como nos advierte Nancy y nos recuerda María Agustina Sforza en su ensayo Una ontología de la violencia:
Ahora bien, a juicio de Nancy, este darse de la violencia encuentra su modo exacerbado de expresión en la modernidad, por ser el tiempo en que “la violencia ha penetrado el ser mismo”.
Hay una cierta violencia en la relación entre opuestos: en la negación, en su relación con su contrario, pero también, y mayormente, en lo positivo que pretende imponerse universalmente.
Esta exposición revela ser un oxímoron en relación con su propio título. Los principios incuestionables que viene a cuestionar, por medio de prácticas artísticas formadas por acciones tajantes y agiles como una intuición, son aquellos que rechazan relacionarse con la alteridad, y que en este sentido son violentos en sí, porque son forzosos, impuestos e irrenunciables, según la definición de violencia ontológica de Jean Luc Nancy. De hecho, la mayoría de las obras de la exposición, ya desde su misma estructura formal, se sitúan en el borde entre dos alteridades.
Solve resume la compleja relación entre el mundo considerado como una totalidad global, y las identidades locales de las partes que lo componen. Delitos invisibles y Lista de libros quemados en Alemania en 1933, muestra las resacas de la censura, la movilidad de la línea que separa lo licito y lo ilícito en las culturas, puesto que aquello siempre depende de una elección humana. La segunda también simboliza implícitamente la “representación prohibida”, la representación del aniquilamiento de una cultura y de un pueblo durante el nazismo, y destapa el tabú de las extremas consecuencias de la violencia de la modernidad y la vergüenza que ha llevado a encubrirla (la cortina negra que cubre el listado). Todas estas piezas están construidas como un desvelar heideggeriano, por medio de la manipulación de un objeto o a través de una práctica somática, en todo caso un desvelar muy cercano a la práctica del detournemant situacionista.
La violencia ontológica de la modernidad, la violencia de lo incuestionable, se ha trasladado al ámbito social y obviamente político, como en la época de las dictaduras o de los nacionalismos bien representados por las obras Flag y Flagged: épocas de la “gobernanza” explicita. Pero ¿qué pasa con la posmodernidad, el periodo tardo-moderno durante el cual la cultura occidental se siente a salvo de lo incuestionable? Nada se destruye, todo se transforma: la violencia de lo incuestionable se vuelve implícita y latente. En la sociedad del espectáculo, del capitalismo estético, del ocio y del capitalismo cultural y artístico, por debajo de la forma estética de una cultura popular que se engendra en la sociedad de masas antes (Marx) y de multitudes después (Negri), pues por debajo de esa superficie permanece transformada una cierta violencia totalitaria, como están demostrando el malestar en las nuevas generaciones (que filtra en la obra La Fiesta) y los revivals de las derechas extremas y nacionalismos en la Europa de los últimos tiempos.
Quizás, como a menudo se ha afirmado, el sumo principio incuestionable sea la verdad como base de la moral y de la ética, que justifica el operar de la violencia política en su nombre.
Pero la solución no puede ser, como consecuencia de esta toma de conciencia, negar la verdad. Esto no es posible. Por ejemplo cada artista enuncia y enunciando afirma su verdad, aunque sea crítica. No puede existir ni pensamiento ni práctica ya sea política ya sea artística, que no se asiente sobre una convicción de verdad. Es necesario hipostasiar la verdad para hacer y actuar, negarlo sería una hipocresía. Así que frente a la “violencia” de la verdad, tampoco la solución será el nihilismo de la tradición nietzscheana:
“Si entendemos la labor critico – deconstructiva nietscheana dirigida a los grandes fundamentos de la moral como una crítica a partir de los efectos políticos que estos han producido, debemos señalar que la “voluntad de verdad” opera con el peso de un fin también consagrado: el de crear el mundo ante el que poder arrodillarnos. Este carácter de verdad, según Nietzsche, es el que ha sido desenmascarado como << la forma más nociva, mas pérfida, la más subterránea de la mentira>>”
Tampoco la poscritica nihilista ha demostrado ser la solución, me refiero a la crítica deconstructiva propia del posestructuralismo posmoderno, derivado muy a menudo en un estéril vociferar o en improductivo y desorientado pluralismo. Visto lo visto, podemos concluir que tal vez la solución sea hipostasiar una contingencia absoluta como verdad fundamental, o como verdades fundamentales plurales o, citando de nuevo a Nancy, en términos de una verdad singular y plural a la vez.
“Llevar a cabo esta tarea implicaría una organización de la existencia en común mediante una cantidad de verdades contingentes y no fundamentos últimos”.
Es una invitación a inventar la política, no una política técnica, de los fines, funcional y sometida a la economía, ni una política del abismo de la des-fundamentación nihilista, sino una política como perspectiva, que se base en un pensamiento posfundacional capaz de pensar la distribución de los espacios posibles del futuro.
En este sentido ¿Cómo interpolar pues la relación arte – política? Como resolver el problema de la representación estética de la política en la perspectiva de políticas posibles? Es posible la representación política en arte sin que los hechos o conceptos políticos sean falseados, simplificados o justificados?
Miquel responde con su práctica por medio de la ausencia, prohibiendo la representación. Como nos recuerda Paula Fleisner siempre
“La representación es una relación con una ausencia y con un au-sentido [absens] en los que toda presencia se sostiene, se vacía y llega a la presencia: toda representación, por lo tanto está prohibida [interdit] es decir “sorprendida, interpretada, estupefacta, confundida o desconcertada por ese ahuecamiento en el corazón de la presencia” .
“Solo un arte que plante una resistencia a “representar” o a “hacer obra” puede dejar abierta la verdad, sin caer en la tentación de la suturación total para que sea verdad”.
En esta exposición Miquel trabaja “principios incuestionables” a partir de la alteridad y de la ausencia/presencia. Se posiciona en el umbral entre lo que hay o ha habido, y una posibilidad otra y distinta. Presenta y retira. Trata temas oscuros con un toque de ironía que confiere a sus obras el rasgo del humor negro y de acidez. No le asusta lo macabro, ni volver a los grandes temas de la historia, recuperar “los grandes relatos de la modernidad” como diría Lyotard, aunque sea para “desvirtuarlos”, por medio de un detournement, en objetos de uso cotidiano. Representar lo prohibido y lo “irrepresentable” y llevar al arte aquello que raramente el arte puede tratar con lucidez: los temas de la macropolítica. Y esto porque, aunque no debemos olvidar que “el arte no es la política y la política no es el arte”, los artistas no olvidan.
Vistas de la Exposición












Obras























