Some Editions about Migrants 
Juan del Junco
 
Hace varios años, hablando con un reconocido ornitólogo sobre la oropéndola (Oriolus oriolus) —ahora llamada oropéndola europea, aunque me niego a cambiarle el nombre en virtud de mi condición de diletante— me explicó que este pájaro amarillo, altamente fetichizado en mi imaginario de artista, es de las últimas que llegan y de las primeras que se marchan dentro del conjunto de aves migradoras.
Efectivamente, la Guía de Aves de España de la SEO-Birdlife, en su descripción de los desplazamientos de la especie comenta:
[…] se trata de un ave estival, con invernada en el África subsahariana. Las primeras observaciones se producen a mitad de abril, con ocupación rápida de los territorios a finales de ese mes y principios de mayo. Los machos llegan 7-10 días antes que las hembras, y hasta últimos de mayo pasan ejemplares en tránsito hacia el norte de Europa. La migración otoñal se inicia a primeros de agosto, aunque las partidas se concentran al final de ese mes, con pocas observaciones ya a principios de septiembre ( 1)
Mi interlocutor, —un ornitólogo de los de antes, de ese periodo de finales de los 60 y principios de los 70 (nótese la analogía con cierta filiación a una etapa concreta del arte), de cuando la ornitología en España aún acogía en su seno científico profesionales liberales que caminaban por el campo observando aves en sus ratos libres— hizo un comentario con una gran dosis de descreimiento: “pensamos que las aves europeas se van a África a pasar el invierno, pero ¿y si, en realidad, son aves africanas que vienen a criar a Europa?

 

Esa frase, fuera del rango de lo que el positivismo científico acoge, y opuesta a nuestra concepción eurocéntrica, me ha dado vueltas en la cabeza durante años, generando este nuevo proyecto a tenor del comentario social que suscita.
Yo, que nací en la provincia donde se encuentra el Estrecho de Gibraltar; que vivo en la Costa del Sol; y que, en esta mañana de septiembre de 2024, con un nuevo sol brillante post verano, escribiendo estas líneas, he escuchado un bando de abejarucos (Merops apiaster), migrando  en  grupo hacia  el  África Tropical: ese pájaro colorido que según me dijo el  mismo
reconocido ornitólogo «se escucha antes de verse»
 

Algunos apuntes en donde se habla acerca de conocimientos de ida y vuelta, nidos y embrollos del lenguaje y de sus artes, observadores foráneos y autóctonos, siguiendo a Juan del Junco por sus fotografías y ediciones, de la ciudad al campo, del sur al norte, del yo a un precario nosostros.

José Miguel Pereñíguez

“No me ha interesado la ciudad”, me viene a decir Juan cuando hablamos por teléfono. Al principio, muy al principio, sí que había en su práctica una actitud callejera. Después se alejó de todo eso y se echó al campo, quizás pensando que, si bien la ciudad es el teatro de operaciones donde debe escenificarse el gran juego del arte y del contacto, es en la naturaleza donde, desbrozando capas del Juan sobrevenido, aparecería una versión prístina y más auténtica de sí mismo.

Sabemos por el propio artista y por quienes han escrito acerca de su obra de su fascinación temprana por la ornitología, cultivada y alimentada en el entorno familiar. En su trayectoria como fotógrafo parecen incluso desarrollarse, como en un modelo a escala, las sucesivas etapas y convenciones de representación por las que la ciencia ornitológica ha ido transitando: primero, una labor de estudio, detallada y minuciosa, donde el pájaro es casi objeto de lujo, codiciado por su suntuoso plumaje y por esas formas afiladas que presagian el ensoñado vuelo; más tarde, puro trabajo de campo que los muestra en relación con su entorno, como agentes imprescindibles para leer y entender los cambios, las dinámicas y las estructuras implícitos en éste.

En proyectos anteriores, el puntilloso registro de paseos por el campo y avistamientos servía a Juan del Junco para hablar veladamente de su biografía y de su estar en el mundo, de cómo ambos se alimentan a partes iguales del orden y del azar, de la mentalidad científica y del abandono a una feliz errancia. Era una visión del artista como un modesto practicante absorto en su ciencia romántica o en esa filosofía de la naturaleza que explora un territorio para hallar en su dispersa e intrincada fisonomía un figurado destino. Esta posición de partida se ha venido desplazando hacia otra, más comprometida, ahora que sus fotografías analógicas que documentan a vencejos, aviones, cigüeñas o gaviotas en vuelo, rastreando sus trayectorias y nidificaciones dan pie a un sólido entramado metafórico que opone y cruza términos, fijándolos en un punto o trasladándolos de posición, para mejor apuntalar un comentario cultural y sociológico en torno a varios ejes: norte y sur, extranjería y autoctonía, rapacidad y precariedad. No es difícil vislumbrar cómo, bajo epígrafes de nuevo meramente descriptivos (Some Migrants from the North, Some Migrants from the South, Some Homes for Migrants, etc.), se van desplegando las enfrentadas caras y las aristas vivas de una realidad presente, acuciante y poliédrica.

La edición es el medio elegido esta vez para dar cuenta de todo ello. También es una constante en el trabajo de Juan del Junco esta dimensión serial, pero sus últimos proyectos presentan imágenes casi siempre insertas en secuencias o relatos a los que se les da el formato de carpeta o de libro, aun cuando se presentan desplegados en la sala. Hay aquí una tensión entre lo sucesivo y lo simultáneo, pues una posible lectura lineal queda apuntada y después desmentida por la evidente distribución de cada copia, de cada página perfectamente alineadas, conformando una red nítida y modular en la mejor tradición de la mise en scène minimalista. El resultado pone en evidencia los límites de cualquier instrumento de conocimiento que se proponga abarcar todos los especímenes de una clase, fundar una taxonomía definitiva, o expandir el alcance de su contenido mediante un aparato crítico de citas y notas que se cierra, demasiadas veces, sobre sus propias referencias. En este punto, el proceder de Juan del Junco (de nuevo el sistema y el juego, de nuevo el orden y el extravío) delata su afinidad con ciertas prácticas del arte conceptual que, al tiempo que adoptan en apariencia la retórica de las ciencias positivas, desarrollan mecanismos lúdicos de cuestionamiento de las mismas, ya sea parodiando o reduciendo al absurdo sus métodos, ya sea aplicándolos sobre esa extensión indiferenciada y banal, apenas un paisaje de fondo, que es la piel tangible de nuestros días.

De un tiempo a esta parte el antetítulo de las series de Juan del Junco reúne los términos “conceptual” y “Andalusia”. Hay en ello una reivindicación programática que se impone a la ironía. Mientras todo un edificio de pensamiento abstracto se iba levantando, formulado en lenguas del norte que le prestaban su norma y su sintaxis, Andalucía fue mirada y pensada durante mucho tiempo por propios y extraños a través de una lente deformada por la efusión romántica y pintoresquista, empañada por fascinaciones e infatuaciones. Al cielo de este lugar de paso, que ha de acoger un saber venido de lejos para hallar una nueva imagen de sí, pero que es cabeza de puente de un sur incontenible, dirige la mirada Juan del Junco. Sus recientes ediciones muestran una aprehensión de esa condición migrante que tan distinta consideración merece según caiga del lado de la naturaleza o del de la sociedad. Así, sin dejar en sus fotografías más que atisbos de construcciones humanas, hay en ellas indicios de un interés creciente por construir una historia más civil que personal, enmarcada en esa polis que agrupa y trasciende a los territorios y a sus moradores.

Vistas de la Exposición

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