
La obra de Alberto Borea (Lima, Perú, 1979) se caracteriza por el uso y el continuo desplazamiento de diversos medios y materiales. La apertura hacia estos medios, define el desarrollo de su propuesta artística, en donde el tiempo y la historia del objeto cobran una importancia fundamental en el discurso plástico y en su proceso.
Su trabajo recoge la difícil y dramática relación entre culturas e historias y la convivencia del pasado con el presente; de las ruinas-vestigios de aquél con los desechos que generan las grandes urbes del mundo contemporáneo. Imbricando su propia experiencia con los escenarios donde se ha desarrollado, compone un entramado argumental a base de piezas de diferente tipología y procedencia.
A través de su peculiar iconografía, reivindica le preservación de los raíces culturales, a la par que denuncia –con un sentido eminentemente testimonial- la pérdida de la cultura oral y de las tradiciones en aras del rápido consumo de lo visual y la globalización a que los medios de masas están contribuyendo de forma irrefrenable e irreversible.
Las gráficas de las tasas de crecimiento económico, empleadas para comparar diferentes economías o una economía y el grupo de países de su esfera, entran en juego en las últimas series de collages de Borea. En nuestros días, el concepto de “desarrollo económico” forma parte del de “desarrollo sostenible”. Se entiende que una comunidad o nación experimentan un proceso de desarrollo sostenible cuando el florecimiento de la economía va seguido de la mejora de las condiciones humanas, sociales y medioambientales y la consiguiente protección de los recursos culturales y naturales, junto con el férreo control del efecto pernicioso de la acción del hombre sobre su entorno. Para el artista, las tasas de crecimiento económico constituirían, además, otra categoría cartográfica; otro escenario de la confrontación Norte-Sur, entre los países ricos y aquellos que todavía se encuentran, como mucho, en fase de desarrollo; entre las culturas nativas preindustriales y las prácticas de la economía de mercado.
La elección del mapa, como símbolo de identidad, en cuanto que individuo, pueblo y cultura, define la obra de Borea, cuya práctica él mismo califica de “mapeo” de sus territorios conceptuales. Todo su trabajo conforma un corpus cartográfico íntimo, aunque trascienda lo personal, dadas las circunstancias que comparte con millones de personas en desplazamiento físico y/o cultural. Por medio de sus collages, vídeos, objetos e instalaciones, pretende despertar la conciencia social sobre los movimientos migratorios desde su ámbito geográfico de procedencia –Perú y Latinoamérica- hacia otras zonas que ofrecen oportunidades de mejora en la calidad de vida, como los Estados Unidos, donde él mismo reside. Pero no se trata sólo en América; en Europa, en las últimas décadas, hemos vivido un continuo trasvase de población desde aquella parte del planeta y desde los países del Este hacia los occidentales y de habitantes del Magreb y el Africa Subsahariana, huyendo en condiciones dramáticas de sus no menos dramáticas situaciones en busca de la supuesta “tierra de promisión” europea, con unas expectativas que, como en el caso americano, no siempre se cumplen. La actual crisis que asola no pocas de las economías, antes receptoras, de la zona euro podría redibujar el mapa de movimientos migratorios en un futuro próximo.
Alberto Borea se expresa con un lenguaje que conjuga lo internacional contemporáneo con sus raíces, más ligadas a lo indígena, revelando la superación del colonialismo cultural al que han sido sometidas durante tiempo las periferias de occidente, nucleado por Europa Occidental y Estados Unidos, y del aura de exotismo ligada a las civilizaciones vernáculas. Su propuesta se compromete con un discurso conciliador, que media en el conflicto de la convivencia entre pasado y presente y entre lo propio y lo foráneo; que traspasa barreras culturales, ideológicas, raciales, sociales y económicas. Desdeñoso con los acabados, se adscribe de forma innegable al conceptualismo latinoamericano, que Luis Camnitzer –artista, docente, teórico y crítico uruguayo, de origen alemán y residente en Estados Unidos- diferencia del arte conceptual, como fenómeno ligado al centro o mainstream –corrientes dominantes-, mientras que el primero, de carácter más amplio y heterogéneo, se identifica con diferentes manifestaciones provenientes de la periferia, prácticamente ignoradas y desvirtuadas por los representantes de aquél. Está estrechamente ligado a los fenómenos culturales y políticos de las sociedades de donde proviene, lo que no sucede con el arte conceptual, y, además, hace un uso de los objetos radicalmente diferente del observado por los artistas pop americanos y dadaístas europeos, siempre en un “juego” que va más allá del divertimento de mayor o menor contenido.
En su segunda exposición en la galería, cuya matriz es el libro-objeto titulado The Mountains of America, presenta la serie de collages titulada Real State, en los que destruye la información de un Real Estate de Nueva York para crear una serie de nuevas construcciones escultóricas sobre papel. La información inmobiliaria es así transformada en Slums o barrios marginales, nuevos espacios arquitectónicos como si se tratase de una nueva distribución del poder. Otra serie, titulada “One”, muestra paisajes casi constructivistas y geométricos, a base de papeles diversos cortados a maneras de “esteras” y mezclados con fragmentos de billetes de un dolar. Con ellos establece un paralelismo entre la arquitectura preincaíca y el abstraccionismo geométrico, siguiendo la tradición de otros artistas latinoamericanos, en una especie de homenaje a predecesores como Joaquín Torres García, Jesús Rafael Soto, Louise Nevelson, Ligia Clarck, Helio Oiticica, etc…
En las piezas, también collages, de la serie Ruinas, a partir de material extraído de publicaciones sobre la Bolsa de Valores y del Dow Jones, el artista va creando montañas y estructuras arquitectónicas, según modelos de diferentes sitios arqueológicos. Con este material que recoge información sobre la crisis financiera, o si se prefiere de las “ruinas económicas”, hace una metáfora visual en torno al concepto de la fragilidad del poder.
Finalmente, algunos objetos, que van hilvanando las partes del discurso, y dos audiovisuales:
-Negro, video realizado por el artista en el estado de Maine, filmándose mientras camina sobre un suelo cubierto de nieve virgen. En cada uno de sus pasos va dibujando una palabra, a la manera del land art, para terminar escribiendo la palabra NEGRO, que aparece y desaparece con el color blanco de la nieve.
-Jonathan-Monumento, capta la jornada de trabajo de un empleado de la compañía de taxis Liberty, disfrazado del monumento emblemático de la ciudad, símbolo de la “tierra de las oportunidades y el respeto de los derechos y la dignidad humanos”. Esta compañía hace un uso perverso tanto de la imagen de la estátua como de su significado, contratando homeless y “sinpapeles” para captar clientes mediante esta especie de performance esperpéntico. Borea hace una videoinstalación colocando unas bolsas de basura delante de la videoproyección, espectáculo para nada insólito en determinadas zonas de la Gran Manzana. El resultado es aún más chirriante si pensamos en el famoso poema The New Colossus (1883), de la neoyorkina Enma Lazarus, grabado en una placa de bronce, en el interior del pedestal de la Estatua de la Libertad, que refleja el espíritu de acogida y protección de los desheredados, que en otros tiempos se lanzó como divisa de la gran ciudad en todos los sentidos y, a pesar de todo, que es Nueva york:
No como el gigante de bronce de la fama griega
de conquistadores miembros a horcajadas de tierra a tierra;
aquí en nuestras puertas del ocaso bañadas por el mar, se yergue
una poderosa mujer con una antorcha, cuya llama
es el relámpago aprisionado, y su nombre,
Madre de los exiliados. Desde su mano de faro
brilla la bienvenida para todo el Mundo; sus apacibles ojos dominan
el puerto de aéreos puentes que enmarcan las ciudades gemelas.
“¡Guarden, antiguas tierras, su pompa legendaria!” grita ella
con silenciosos labios. “Dame tus cansadas, tus pobres,
tus hacinadas multitudes anhelantes de respirar en libertad,
el desdichado desecho de tu rebosante playa,
envía a estos, los desamparados que botó la ola, a mí
¡Yo alzo mi lámpara detrás de la puerta dorada!”
IH
Los viajeros románticos eligen otro viaje. Es un viaje hacia la Naturaleza que se abre como horizonte infinito a la mirada de los nuevos viajeros. Parten de una nueva Naturphilosophie que los filósofos de Tübingen y Jena piensan en la transición del siglo. Es el contexto en el que Novalis, Kleist y el mismo Hölderlin, piensan. Frente a la armonía y equilibrio clásicos que Winckelmann defendiera en sus Gedanken, aparece ahora un mundo de sombras que recorren por igual el mundo natural como el de los sentimientos, ese mundo interior que las artes interpretan, música y poesía, literatura y pintura. Y lo que al principio parecía ser una fuga del orden clásico, se impone como el momento en el que nace una nueva modernidad. Cuando Caspar David Friedrich en 1818 pinta Der Wanderer über dem Nebelmeer, ‘El paseante sobre el mar de nubes’, ya expresa esa nueva Sehnsucht que orienta no sólo el sentimiento sino la mirada de un arte que construye su visión que repiensa el lugar del hombre en el mundo. Atenta siempre a esa época y orientando su trabajo en diálogo con momentos principales de la tradición romántica, M. Ángeles Díaz Barbado, se cita ahora con una de las obras más sublimes de ese tiempo, como es el Winterreise de Franz Schubert, ciclo de Lieder sobre poemas de Wilhelm Müller. Sin duda se encuentra ante un momento decisivo. Schubert los escribe en los meses anteriores a su muerte, ocurrida en Wien en 1828 con sólo treinta y un años. La emoción, perplejidad de quienes escucharon por primera vez estos Lieder anunciaba la perfección absoluta de quien en su breve vida había sido el autor de composiciones memorables. Ahora, ante las puertas de su final su música desafiaba el tiempo citando al silencio a formar parte de esa música. El recuerdo del Adagio del Streichquintett, su tiempo lento premoniza ya esta música final. Se trata de un silencio que se identifica con el silencio de la Naturaleza, interpretándolo. Es así como partiendo del cuarto Lied, Erstarrung, ‘Congelamiento’, se componen estas silenciosas Variaciones sobre un tema único, los helechos del bosque. Aquí todo coincide, el bosque como metáfora privilegiada del mundo natural, el silencio que recorre el espacio de la noche y la sombra, el aparecer misterioso de los helechos plateados que tapizan la tierra, ellos los guardianes silenciosos de la Erde, de la tierra, como escribiera Kleist. Y todo compuesto desde otro silencio, el de la escritura. M. Ángeles Díaz Barbado vuelve a darnos una lección de su poética radical. Sobre el papel negro el dibujo suspendido en blancos y platas que acentúan el tono del invierno. Ella, tan próxima siempre a Thomas Bernhard, comparte con él el sentimiento de su Frost, ‘Helada’, aquel tiempo que abraza el mundo en su silencio y espera. Una forma de amor a la Tierra protegida ahora por los helechos guardianes.
Quiero besar el suelo,
traspasando el hielo y la nieve
con mis ardientes lágrimas,
hasta que vea la tierra.
WILHELM MÜLLER. Congelamiento
FRANZ SCHUBERT. Winterreise
Cerca del final de su corta vida, Franz Schubert compuso Winterreise, un ciclo integrado por veinticuatro canciones para voz y piano inspiradas en poemas de Wilhelm Müller. La obra se crea en un contexto en el que el frío, el hielo, están dotados de un poder misterioso y fascinante que en este caso se identifica con un sentimiento de pérdida, con un estado del alma. A lo largo de los Lieder está contenida la pregunta por el lugar del hombre en la naturaleza: ¿es parte de ella, o está condenado a ser un eterno forastero, un eterno caminante que no encuentra su lugar en la tierra? Hasta que vea la tierra evoca un sentimiento ambiguo generado por un deseo de identificación con la naturaleza a la vez que por una búsqueda que se presiente infinita. El helecho prefiere la sombra, la humedad, el frío, la cercanía a la tierra. Con sus hojas protege el interior, la oscuridad, el fondo. Sugiere un caminar lento que permite la observación detenida, minuciosa. En su estructura conviven la repetición y la irregularidad; lo vivo y lo inanimado se unen en un movimiento envolvente, lento, frío, penetrante.
M. Ángeles Díaz Barbado
Obras












